La Dama
Paseaba al filo del amanecer sola la Dama por la helada pradera. Cortante era el silencio ante su terrorÃfica presencia; callaban las alimañas, las plantas y hasta el mismo viento parecÃa temerla.
Lentos eran sus pasos, pues grande era la carga sobre sus hombros.
De su oscura embozadura escapaban algunos cabellos, albos, ralos y quebradizos. La cara de la mujer era cerúlea, casi fantasmal.
Avanzaba con lentitud paciente hacia donde otra figura, llena de dolor expiraba su ultimo aliento.
Los ojos de la moribunda, casi nublados por su inevitable destino, miraron a la anciana con desvaÃda esperanza:
- ¿Vienes a llevarme?- murmuraron sus azulados labios.
La anciana se inclinó sin pronunciar palabra, miró una vez al sol, que comenzaba a bañar la pradera con su cálida luz y posó su anciana mano sobre la frente tersa de la muchacha.
Cuando el primer haz de luz las alcanzó, la anciana comenzó a deshacerse en frÃa ceniza que cubrió por completo a la joven.
Curaron su heridas y volvieron en sà sus mortecinos ojos, pero no asà su piel ni sus labios que permanecieron de un blanco fantasmal. Volvieronse sus ropas negras como una noche sin luna y apareció en su mano la herramienta de su oficio.
Aquello era una bendición y una condena.
Una venganza a cambio de entregar su vida a una misión...
La nueva Muerte se levantó y caminó sola por la pradera.
Lentos eran sus pasos, pues grande era la carga sobre sus hombros.
De su oscura embozadura escapaban algunos cabellos, albos, ralos y quebradizos. La cara de la mujer era cerúlea, casi fantasmal.
Avanzaba con lentitud paciente hacia donde otra figura, llena de dolor expiraba su ultimo aliento.
Los ojos de la moribunda, casi nublados por su inevitable destino, miraron a la anciana con desvaÃda esperanza:
- ¿Vienes a llevarme?- murmuraron sus azulados labios.
La anciana se inclinó sin pronunciar palabra, miró una vez al sol, que comenzaba a bañar la pradera con su cálida luz y posó su anciana mano sobre la frente tersa de la muchacha.
Cuando el primer haz de luz las alcanzó, la anciana comenzó a deshacerse en frÃa ceniza que cubrió por completo a la joven.
Curaron su heridas y volvieron en sà sus mortecinos ojos, pero no asà su piel ni sus labios que permanecieron de un blanco fantasmal. Volvieronse sus ropas negras como una noche sin luna y apareció en su mano la herramienta de su oficio.
Aquello era una bendición y una condena.
Una venganza a cambio de entregar su vida a una misión...
La nueva Muerte se levantó y caminó sola por la pradera.
No habÃa ningún sonido.
3 suspiros:
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