Corazon de Hielo
La abuela Nohr se acomodó en su mecedora junto al fuego y luego miró a la docena de ojos azules brillantes, que la miraban expectantes. Fuera el frÃo era helador y de las ventanas colgaban pequeñas estalactitas de hielo, que tintineaban bajo la fuerza del viento. Uno de sus nietos se revolvió inquieto y Nohr decidió empezar el cuento:
“Hace ya muchos años, cuando aún los hombres no habÃan llegado a las Tierras Congeladas, sobre estas tierras gobernaba el Emperador FrÃo. El emperador FrÃo era un hombre anciano, sabio y poderoso, que tenÃa cuatro hijos. El mayor de todos se llamaba Ventisca y era un joven malhumorado e inquieto, quien gustaba de pasearse por los dominios de su padre, atemorizando a animales y plantas con sus helados soplidos. Después estaba Escarcha, una joven muy bella pero con el corazón helado como un tempano, gustaba de salir a pasear muy por la mañana, congelando con el roce de sus manos las gotas de rocÃo. La otra hija del emperador se llamaba Nieve, y era una joven dulce y alegre, con ojos grandes y profundos de sonrisas constantes; era ella quien daba el color blanco a las tierras de sus padres, cubriendo con su frÃo manto todo aquel paisaje. El último de los hijos del emperador FrÃo se llamaba Hielo. Hielo era distinto a todos sus hermanos, sus ojos eran azules traslúcidos, casi soñadores y disfrutaba congelando los estanques de agua del palacio invernal.
Un dÃa el emperador FrÃo hizo llamar a sus hijos. Se estaba haciendo demasiado mayor y alguno de ellos debÃa heredar el Trono de Hielo, asà que les ordeno que partieran y que le trajeran la cosa más hermosa que encontraran en el reino invernal. Aquel que le trajera la cosa más bella serÃa el heredero del trono helado.
Asà pues, los hermanos salieron prestos en busca de la cosa más hermosa del reino invernal. Ventisca partió llevado por un viento tan intrépido como él hacia las tierras del este. Escarcha partió hacia las tierras del norte, tan frÃas como su belleza. Nieve partió con su manto blanco hacia el montañoso este. El último en partir fue Hielo, que partió hacia las tierras cálidas del sur.
Hielo recorrió las tierras cálidas durante más de dos semanas sin ningún éxito. TemÃa que sus hermanos hubieran vuelto ya al palacio de FrÃo llevándole hermosos presentes a su padre mientras él aún vagaba por aquellas tierras extrañas sin encontrar nada. Fue entonces cuando la vio. Una figura hermosa, deslizándose sobre una capa de hielo fino. Hielo observó a la muchacha fascinado. Ella saltaba, giraba y se deslizaba sobre el frágil estanque como si sus pies volaran. El cabello castaño se le alborotaba con el movimiento y los ojos verdes como el mar brillaban de alegrÃa. Hielo no habÃa visto nada más hermoso en su vida.
Sin pensarlo dos veces atrapó los pies de la muchacha en el hielo del estanque y la obligó a ir con él. La muchacha al principio sólo se revolvÃa y gritaba pero al fin dejó que Hielo la llevara en sus brazos hasta el palacio de su padre.
Sus hermanos ya estaban allà cuando Hielo llegó. Ventisca habÃa sido el primero en llegar y le ofrecÃa a su padre una espada del mar del este, forjada con los colmillos de morsa, un arma tan mortÃfera como bella. Nieve habÃa sido la segunda, adelantando a su hermana mayor por solo un dÃa. Le trajo a su padre una corona de cristales de hielo, labrada por las manos de los hombres del oeste, frágil y delicada como un carámbano. Escarcha trajo del norte un manto de Oso Polar negro, el más raro en su especie y que abrigaba de todo frÃo. Cuando Hielo entró en el gran salón llevando de la mano a la hermosa joven, todo el mundo parecÃa confundido.
La muchacha se encogÃa como un ratoncillo asustado tras las espaldas del Hielo, que caminaba firme hacia el trono de su padre. Su padre reclamó en seguida su presente, extrañado ante la acompañante de su hijo. Entonces Hielo se volvió y poniendo una mano sobre el suelo de la sala lo cubrió de una capa de hielo fina y brillante. Volviéndose a la joven con una sonrisa dulce le susurró al oÃdo: “Baila, baila para mi padre, danzarina del hielo”
La corte del emperador quedó fascinada por la muchacha. A pesar del miedo ella se deslizaba, volaba y hacia piruetas sobre la delgada capa de hielo. Todos aclamaron a la joven cuando finalizó el baile y volvió al amparo de Hielo, y este fue nombrado heredero y emperador esa misma noche.
La fiesta de coronación de Hielo duró varias semanas, semanas de fiesta y alegrÃa, en las que el joven emperador y la bailarina se enamoraron. Pronto la joven bailarina quedó embarazada del hijo del hielo y ambos eran dichosos y se amaban de todo corazón. Pero a pesar de todo su amor por Hielo, la bailarina estaba triste.
Añoraba su hogar, su familia y el calor de su casa. Hielo, viendo el dolor de su corazón decidió dejarla marchar con su hijo aún no nacido. Antes de dejarla volver a su hogar, le regaló una joya, un precioso corazón de hielo, que jamás se derretirÃa y le prometió que todos sus descendientes llevarÃan su sangre, la sangre del emperador. Y les dejó marchar, llevándose su corazón con ellos.
Se dice que aquel invierno fue el más suave y el más dulce, para que el hijo de Hielo pudiera crecer sano y fuerte. Y cumpliendo su promesa, todos los descendientes de la joven llevaron la sangre del emperador Invernal y sus ojos fueron azules claros, traslúcidos, como el propio hielo. La joven siempre conservó siempre la joya, prometiendo que cuando sus hijos y sus nietos fueran mayores volverÃa al palacio, con el emperador…”
La abuela Nohr estaba agotada después del cuento, pero los ojitos azules que la observaban parecÃan querer más y más. Todos se revolvÃan y cuchicheaban entre ellos, hasta que por fin una de sus nietas alzó su tierna voz infantil
- Abuela, ¿volvió la bailarina con el emperador?- preguntó la más pequeña de sus nietas, la más parecida a ella, la única con sus ojos verdes
- Tonta, es solo un cuento – le respondió hosco uno de los más mayores
- No lo sé, mi vida, quizás decidió quedarse a ver crecer a sus nietos – le respondió dulcemente
- Yo volverÃa con él, la querÃa mucho – respondió obstinada la niña
- Quien sabe, quién sabe-
Los niños se fueron a la cama, con muchas protestas y ceños fruncidos, pero obedientes a sus madres. La abuela Nohr se quedó entonces sola en la cocina, viendo como la luna se ocultaba poco a poco entre las montañas. Al alba silenciosa como una gata ,pese a sus cansadas articulaciones, salió de la casa llevando sus viejos patines en la mano.
El sol lucÃa en el estanque helado, tan brillante como la primera vez que lo vio. Se calzó los patines pesadamente y luego se deslizó sobre el quebradizo hielo. Ya no era tan hábil, ni tan veloz como antes, ahora apenas podÃa deslizarse. De entre los pliegues de su ropa sacó un pequeño objeto.
Allà estaba, azul y facetado, tan brillante y frÃo como la primera vez que lo sostuvo en sus manos: el corazón de Hielo. Sus nietos jamás imaginarÃan que la protagonista de aquel cuento que tanto les gustaba era su vieja abuelita, y si se lo dijera tampoco la creerÃan, ni falta que hacÃa. Cada vez que miraba a aquellos ojitos claros y brillantes veÃa a Hielo en ellos. Él habÃa cumplido su promesa, y todos sus hijos tuvieron los ojos azules, igual que sus nietos, a excepción de la pequeña niña, con los ojos verdes como los suyos.
Oyó un rumor de pasos sobre la nieve y se volvió sabiendo a quien iba a encontrar. Hielo caminaba hasta ella, como lo habÃa hecho tantas veces a lo largo de los años. HabÃa envejecido y ahora le recordaba a su anciano padre. Pero en sus gélidos ojos, ella seguÃa viendo al joven Hielo, acercándose a ella mientras patinaba en el estanque. Esta vez le tendió la mano, debÃa ir con él ya. HabÃa visto nacer y crecer a los hijos de ambos e incluso a una docena de nietos, y ahora debÃa marcharse con él, a ocupar su lugar a su lado en el palacio invernal.
Cuando sus manos se tocaron ya no eran dos ancianos. Sus canas empezaron a desaparecer y su piel se volvió tersa y suave. El tiempo que habÃan pasado separados pareció disolverse en la nieve y volvÃan a ser el joven prÃncipe y la bailarina del hielo, que reÃan alegremente ante un futuro que parecÃa infinito.
“Hace ya muchos años, cuando aún los hombres no habÃan llegado a las Tierras Congeladas, sobre estas tierras gobernaba el Emperador FrÃo. El emperador FrÃo era un hombre anciano, sabio y poderoso, que tenÃa cuatro hijos. El mayor de todos se llamaba Ventisca y era un joven malhumorado e inquieto, quien gustaba de pasearse por los dominios de su padre, atemorizando a animales y plantas con sus helados soplidos. Después estaba Escarcha, una joven muy bella pero con el corazón helado como un tempano, gustaba de salir a pasear muy por la mañana, congelando con el roce de sus manos las gotas de rocÃo. La otra hija del emperador se llamaba Nieve, y era una joven dulce y alegre, con ojos grandes y profundos de sonrisas constantes; era ella quien daba el color blanco a las tierras de sus padres, cubriendo con su frÃo manto todo aquel paisaje. El último de los hijos del emperador FrÃo se llamaba Hielo. Hielo era distinto a todos sus hermanos, sus ojos eran azules traslúcidos, casi soñadores y disfrutaba congelando los estanques de agua del palacio invernal.
Un dÃa el emperador FrÃo hizo llamar a sus hijos. Se estaba haciendo demasiado mayor y alguno de ellos debÃa heredar el Trono de Hielo, asà que les ordeno que partieran y que le trajeran la cosa más hermosa que encontraran en el reino invernal. Aquel que le trajera la cosa más bella serÃa el heredero del trono helado.
Asà pues, los hermanos salieron prestos en busca de la cosa más hermosa del reino invernal. Ventisca partió llevado por un viento tan intrépido como él hacia las tierras del este. Escarcha partió hacia las tierras del norte, tan frÃas como su belleza. Nieve partió con su manto blanco hacia el montañoso este. El último en partir fue Hielo, que partió hacia las tierras cálidas del sur.
Hielo recorrió las tierras cálidas durante más de dos semanas sin ningún éxito. TemÃa que sus hermanos hubieran vuelto ya al palacio de FrÃo llevándole hermosos presentes a su padre mientras él aún vagaba por aquellas tierras extrañas sin encontrar nada. Fue entonces cuando la vio. Una figura hermosa, deslizándose sobre una capa de hielo fino. Hielo observó a la muchacha fascinado. Ella saltaba, giraba y se deslizaba sobre el frágil estanque como si sus pies volaran. El cabello castaño se le alborotaba con el movimiento y los ojos verdes como el mar brillaban de alegrÃa. Hielo no habÃa visto nada más hermoso en su vida.
Sin pensarlo dos veces atrapó los pies de la muchacha en el hielo del estanque y la obligó a ir con él. La muchacha al principio sólo se revolvÃa y gritaba pero al fin dejó que Hielo la llevara en sus brazos hasta el palacio de su padre.
Sus hermanos ya estaban allà cuando Hielo llegó. Ventisca habÃa sido el primero en llegar y le ofrecÃa a su padre una espada del mar del este, forjada con los colmillos de morsa, un arma tan mortÃfera como bella. Nieve habÃa sido la segunda, adelantando a su hermana mayor por solo un dÃa. Le trajo a su padre una corona de cristales de hielo, labrada por las manos de los hombres del oeste, frágil y delicada como un carámbano. Escarcha trajo del norte un manto de Oso Polar negro, el más raro en su especie y que abrigaba de todo frÃo. Cuando Hielo entró en el gran salón llevando de la mano a la hermosa joven, todo el mundo parecÃa confundido.
La muchacha se encogÃa como un ratoncillo asustado tras las espaldas del Hielo, que caminaba firme hacia el trono de su padre. Su padre reclamó en seguida su presente, extrañado ante la acompañante de su hijo. Entonces Hielo se volvió y poniendo una mano sobre el suelo de la sala lo cubrió de una capa de hielo fina y brillante. Volviéndose a la joven con una sonrisa dulce le susurró al oÃdo: “Baila, baila para mi padre, danzarina del hielo”
La corte del emperador quedó fascinada por la muchacha. A pesar del miedo ella se deslizaba, volaba y hacia piruetas sobre la delgada capa de hielo. Todos aclamaron a la joven cuando finalizó el baile y volvió al amparo de Hielo, y este fue nombrado heredero y emperador esa misma noche.
La fiesta de coronación de Hielo duró varias semanas, semanas de fiesta y alegrÃa, en las que el joven emperador y la bailarina se enamoraron. Pronto la joven bailarina quedó embarazada del hijo del hielo y ambos eran dichosos y se amaban de todo corazón. Pero a pesar de todo su amor por Hielo, la bailarina estaba triste.
Añoraba su hogar, su familia y el calor de su casa. Hielo, viendo el dolor de su corazón decidió dejarla marchar con su hijo aún no nacido. Antes de dejarla volver a su hogar, le regaló una joya, un precioso corazón de hielo, que jamás se derretirÃa y le prometió que todos sus descendientes llevarÃan su sangre, la sangre del emperador. Y les dejó marchar, llevándose su corazón con ellos.
Se dice que aquel invierno fue el más suave y el más dulce, para que el hijo de Hielo pudiera crecer sano y fuerte. Y cumpliendo su promesa, todos los descendientes de la joven llevaron la sangre del emperador Invernal y sus ojos fueron azules claros, traslúcidos, como el propio hielo. La joven siempre conservó siempre la joya, prometiendo que cuando sus hijos y sus nietos fueran mayores volverÃa al palacio, con el emperador…”
La abuela Nohr estaba agotada después del cuento, pero los ojitos azules que la observaban parecÃan querer más y más. Todos se revolvÃan y cuchicheaban entre ellos, hasta que por fin una de sus nietas alzó su tierna voz infantil
- Abuela, ¿volvió la bailarina con el emperador?- preguntó la más pequeña de sus nietas, la más parecida a ella, la única con sus ojos verdes
- Tonta, es solo un cuento – le respondió hosco uno de los más mayores
- No lo sé, mi vida, quizás decidió quedarse a ver crecer a sus nietos – le respondió dulcemente
- Yo volverÃa con él, la querÃa mucho – respondió obstinada la niña
- Quien sabe, quién sabe-
Los niños se fueron a la cama, con muchas protestas y ceños fruncidos, pero obedientes a sus madres. La abuela Nohr se quedó entonces sola en la cocina, viendo como la luna se ocultaba poco a poco entre las montañas. Al alba silenciosa como una gata ,pese a sus cansadas articulaciones, salió de la casa llevando sus viejos patines en la mano.
El sol lucÃa en el estanque helado, tan brillante como la primera vez que lo vio. Se calzó los patines pesadamente y luego se deslizó sobre el quebradizo hielo. Ya no era tan hábil, ni tan veloz como antes, ahora apenas podÃa deslizarse. De entre los pliegues de su ropa sacó un pequeño objeto.
Allà estaba, azul y facetado, tan brillante y frÃo como la primera vez que lo sostuvo en sus manos: el corazón de Hielo. Sus nietos jamás imaginarÃan que la protagonista de aquel cuento que tanto les gustaba era su vieja abuelita, y si se lo dijera tampoco la creerÃan, ni falta que hacÃa. Cada vez que miraba a aquellos ojitos claros y brillantes veÃa a Hielo en ellos. Él habÃa cumplido su promesa, y todos sus hijos tuvieron los ojos azules, igual que sus nietos, a excepción de la pequeña niña, con los ojos verdes como los suyos.
Oyó un rumor de pasos sobre la nieve y se volvió sabiendo a quien iba a encontrar. Hielo caminaba hasta ella, como lo habÃa hecho tantas veces a lo largo de los años. HabÃa envejecido y ahora le recordaba a su anciano padre. Pero en sus gélidos ojos, ella seguÃa viendo al joven Hielo, acercándose a ella mientras patinaba en el estanque. Esta vez le tendió la mano, debÃa ir con él ya. HabÃa visto nacer y crecer a los hijos de ambos e incluso a una docena de nietos, y ahora debÃa marcharse con él, a ocupar su lugar a su lado en el palacio invernal.
Cuando sus manos se tocaron ya no eran dos ancianos. Sus canas empezaron a desaparecer y su piel se volvió tersa y suave. El tiempo que habÃan pasado separados pareció disolverse en la nieve y volvÃan a ser el joven prÃncipe y la bailarina del hielo, que reÃan alegremente ante un futuro que parecÃa infinito.
3 suspiros:
Los comentarios me animan mucho a seguir escribiendo, asi que, si os gusta, comentad^^