La decisiĆ³n
La ciudad iluminaba el vaho de mi aliento congelado. En aquel banco, esperando a que los segundos me dieran una respuesta que mi sobrecargado cerebro no era capaz de darme. Una decisiĆ³n tan grande, tan incierta, que todas las razones se volvĆan ligeras y desaparecĆan hacia el cielo negro sin piedad.
Mi ciudad vibraba a mi alrededor, tan colorida y ruidosa como siempre: los carteles de neon brillando en cada esquina, incansables vendedores que se acercaban a mi ofreciƩndome una comida maravillosa, un lugar cƔlido... pero nada de eso me reconfortaba o aliviaba el peso que ahogaba mi pecho.
El reloj marcaba los minutos como siempre, como llevaba haciendo dĆ©cadas, pero no eran los mismos minutos para mĆ. A veces, cuando tomaba la decisiĆ³n pasaban raudos y acelerados como si emprendieran una carrera por la esfera y de pronto se encontraban con mis miedos y quedaban congelados en el espacio infinito de mi duda.
Mis pasos dubitativos me llevaban de aquĆ para allĆ” sin rumbo fijo... o eso creĆa yo... AcabĆ© encontrĆ”ndome con mi destino, que estaba enmarcado por una puerta custodiada por altivas cariĆ”tides que miraban sin expresiĆ³n alguna mis tribulaciones ¿Que pensarĆan esas diosas de piedra de mis insignificantes dudas de mortal? Ellas seguirĆan allĆ cuando yo me hubiera ido, como estuvieron antes de que yo existiera.
Agarrando lo poco que quedaba de mi decisiĆ³n entre mis dedos temblorosos, franqueĆ© la puerta.
El interior era silencioso, de un silencio limpio, sin esquinas y sin mentiras bajo la alfombra. El silencio de unas paredes que habĆan visto demasiado pero no juzgaban en absoluto.
El guardia me saludĆ³ con una sonrisa amable pero no demasiado amplia. A Ć©l tambiĆ©n le daba igual lo que yo hiciera, como las estatuas de la entrada, Ć©l ya estaba aquĆ y seguirĆa aquĆ maƱana.
RecorrĆ las sinuosas escaleras de caracol, ensuciando el silencio limpio con el eco de de mis zapatos sucios sobre el mĆ”rmol.
Esta vez las puertas no estaban guardadas por diosas helenas, sino por un complejo y novedoso sistema de seguridad que sĆ³lo se abrirĆa tras haber comprobado hasta la Ćŗltima de mis contraseƱas vitales para abrirse un chasquido seco y limpio, que a mi entender casaba de maravilla con el silencio que yo habĆa ensuciado.
La sala era mediana, iluminada por grandes paneles de luz blanca, asĆ©ptica. AquĆ no habĆa silencio sino que todo se veĆa tintado por el suave ronroneo de las maquinas, el flugor de las luces de los paneles y el suave tintineo de los lĆquidos goteando en las probetas.
Un pequeƱo hombre encorvado sobre un complicado panel, atestado de cables y circuitos, levantĆ³ un poco la vista y en cuanto su mirada se encontrĆ³ con la mĆa sonriĆ³.
Esa si fue una sonrisa de verdad, aquel pequeƱo hombre, de rostro enjuto y ojos verdes vivaces, se alegraba de veras de verme. SabĆa por quĆ© estaba yo allĆ, habĆa tomado una decisiĆ³n e iba a darle la respuesta que Ć©l esperaba:
- Adelante -
Fue la Ćŗnica palabra que pudo salir de mi garganta, estrangulada por el terror, y que de alguna manera pudo hacer que mi lengua se moviera y mis labios dejaran de temblar. QuizĆ”s ni siquiera la habĆa llegado a pronunciar, pero Ć©l sonriĆ³ de nuevo y asintiĆ³ con la cabeza.
Me cogiĆ³ la mano, que estaba frĆa y sudorosa, y me guiĆ³ suavemente hasta la otra habitaciĆ³n. AhĆ no habĆa ronroneos, ni zumbidos ni goteos, tampoco ninguna luz, excepto la que emanaba el curioso artefacto en el centro de la habitaciĆ³n, cubierto de cables y tubos con sustancias de brillantes colores.
Me temblaban tanto las piernas que apenas era capaz de andar. La mano del cientĆfico dejĆ³ de ser tierna y me sostuvo con fuerza, ayudĆ”ndome a llegar hasta el extraƱo artilugio.
Los cables se enrollaron a mi piel cuando me introdujo en la maquina, y las luces de colores empezaron a iluminarme a mĆ en vez de a la maquina. El anciano trabajaba con seguridad, atĆ”ndome cuidadosamente, enchufĆ”ndome a la maquina y comprobando que todo estuviese correcto.
Una vez que hubo terminado me sonriĆ³ una vez mĆ”s y desapareciĆ³ de mi vista. No me preguntĆ³ si dudaba, si querĆa arrepentirme, salir corriendo de allĆ, volver a respirar el aire impregnado de toxinas una vez mĆ”s. No, simplemente me regalĆ³ una ultima sonrisa y me dejĆ³ a solas con mis pensamientos. PodĆa oĆrle, en la otra esquina de la sala, preparĆ”ndolo todo en el panel de control.
RespirĆ© hondo y pensĆ© una ultima vez en la decisiĆ³n que habĆa tomado. Era algo con lo que todo el mundo soƱaba, pero no todos estaban dispuestos a pagar el precio por ello. Viajar en el tiempo. ¿PoĆ©tico, verdad?
Pero no era todo tan sencillo, no habĆa una maquina que te llevase entero de un lado a otro de la enorme pelota de goma que es el tiempo.
No...
Para viajar en el tiempo tenĆas que deshacerte, descomponer tu cuerpo hasta el fragmento mĆ”s simple y viajar sin rumbo, sin destino, hacia un lugar completamente incierto.
Los cientĆficos me dijeron que aĆŗn despuĆ©s de descomponerme seguirĆa teniendo consciencia, verĆa todo el viaje, lo que pasaba despuĆ©s... era un misterio.
QuizĆ”s irĆa a la Ć©poca del Big Bang, mi esencia se pegarĆa a un trozo de estrella en formaciĆ³n y serĆa pura energĆa.
QuizƔs volviera a las primeras etapas de la era glaciar... Los dinosaurios...
PodrĆa ser un huĆ©rfano vagabundo en las calles de la Calcuta de Santa Teresa...
Un pirata en el siglo de Oro espaƱol...
Un importante hombre de negocios del siglo XXXIV....
O podrĆa desaparecer
No dejar rastro
Perderme en el espacio como el polvo de un cometa
Mi respiraciĆ³n se acelerĆ³, la angustia me comĆa hasta el ultimo gramo de esperanza, la maquina empezĆ³ a pitar y las luces se volvieron rojas.
Estaba empezando.
No, yo no querĆa aquello, empecĆ© a forcejear con las correas mientras mi visiĆ³n se volvĆa negra, mientras me iba desintegrando. QuerĆa gritar, dejarme la garganta gritando, salir de allĆ.
Y entonces notƩ la mano.
La mano cĆ”lida del anciano cientĆfico que se posĆ³ sobre mi frente. El contacto me parĆ³ un instante y entonces le oĆ susurrar:
- Todo estarĆ” bien -
Aquellas palabras tan simples me dieron lo que necesitaba. Mi cuerpo se relajĆ³, mi mente estaba en calma, inspirĆ© hondo y dejĆ© que todo lo que yo era se deshiciera en pequeƱos Ć”tomos.
PodĆa ver toda la ciudad. Brillando. Ahora el tiempo iba despacio. Las luces de los coches eran lĆneas brillantes dibujadas sobre el asfalto. La gente paseando por las calles apenas fantasmas, borrones de colores.
Yo era una estela brillante, como de luciƩrnagas, que se alejaba de esa ciudad. De ese mundo, de ese tiempo.
Me dejƩ llevar.
PodĆa verlo todo.
OĆrlo todo.
Sentirlo todo.
Contuve la respiraciĆ³n al ver la verdad oculta, sentĆ la potencia de toda la energĆa del Universo corriendo a travĆ©s de mi. No. Yo era esa energĆa. Era todo y era nada en un instante.
Entonces todo se deshizo en negro. SentĆ un tirĆ³n.
Calor, oscuridad, tensiĆ³n y fuerza.
Una lucha por la vida.
SentĆ el calor mĆ”s grande, el amor mĆ”s fuerte, la verdad mĆ”s profunda.
Una parte mi, de mi antiguo yo sonriĆ³ al entenderlo.
Y me dejĆ© llevar. AsĆ eran los viajes en el tiempo. Una unidad simple, Ćŗnica que comprendĆa a todo el universo y empezaba todo dentro de esa misma unidad.
Un Ć³vulo y un universo eran la misma cosa al final.
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