El juego (Parte 1)

lunes, diciembre 28, 2009 Laura.S-P 2 Comments

Después de tanto tiempo sin escribir empiezo una historía en partes con algo de misterio, intriga y erotismo. Espero que os guste^^


La carta llegó un día igual a cualquier otro.

Como todos los demás días fue el repiqueteo de la lluvia en mi ventana lo que me despertó. Como todos los días saludé al cielo gris acero que se derramaba sobre los edificios y que empañaba con su frío mi cristal.

Como siempre, salí de la habitación con el pelo revuelto, la cara sin lavar y el pijama medio desabrochado. Como cada día mi compañera de piso no levantó siquiera la vista de su taza de café para mirarme. Me preparé el mismo desayuno de siempre, nesquick con leche fría y galletas de mantequilla. Al principio, cuando todavía nos reíamos juntas, mi compañera solía burlarse alegremente de mí por mi infantil forma de empezar el día.

La única mirada que me dirigió fue cuando salía de casa. Fue una mirada llena de reproche y algo de compasión, pero no dijo nada, ya se había cansado de insistirme en que debía seguir con mi vida, volver a clase, coger las llamadas de mis amigos. Se había cansado de intentar traerme de vuelta.

Horas después, tras haber disfrutado de mi tiempo de soledad y lluvia frente a mi ventana, decidí que era el momento de salir a hacer la compra al menos. Escogí al azar un chubasquero gris de mi armario y cogí un paraguas en la entrada tan negro como mis noticias. Aseguré las llaves en mi mano y el bolso en mi hombro y salí.

Estaba esperándome sobre el felpudo.

Al principio no la vi, pero su impoluta blancura sobre el marrón negruzco del felpudo atrajo pronto mi mirada.
Era un sobre de tamaño normal, de papel grueso y textura rugosa. Algo elegante y sofisticado. No había ni remitente ni dirección, en su lugar sólo había un número escrito con elegancia en el anverso.

13.

La carta pesaba en mis manos y yo no sabía muy bien qué hacer con ella. Al final decidí que debía abrirla y si no era para mí en seguida la entregaría al conserje para que la entregara a su dueño.
En su interior, con letra picuda y elegante había escritas unas breves frases:

Si usted ha recibido esta carta es porque su vida necesita de este juego.
El juego comenzara en cuanto usted haya abierto el primer sobre y terminará cuando encuentre el ultimo.
Señorita X, estaremos esperando su decisión

No me lo podía creer. Era tan extraño que parecía sacado de una película. Miré y remiré el sobre buscando algún indicio de su remitente. Nada. Cuando agité el sobre entre mis manos dos sobres más pequeños cayeron sobre mi regazo.

Con la misma letra elegante se había escrito una palabra en cada uno de los sobres: SI y NO.
Los sobres se quedaron en mi regazo durante interminables minutos. La gotera del dejaba caer las gotas al ya desgastado suelo del pasillo con insistente armonía mientras yo no podía apartar la vista de los dos sobres. En mi pecho el corazón me latía acelerado, como el de un polluelo que en el nido, abre las alas por primera vez para echar el vuelo.

Al final, con la mano temblorosa, los nervios a flor de piel cogí uno de los sobres y lo abrí con dedos torpes y asustados. Al momento, el otro sobre que aún descansaba en mi regazo empezó a reducirse a cenizas hasta que no quedó nada de él. Ya no había vuelta atrás.

Observé la palabra que quedaba en mi sobre, la decisión que no podía deshacer y el SI me devolvió la mirada desafiante y orgulloso, instándome a desvelar sus misterios.

Abrí el sobre allí mismo sobre el frío suelo de baldosas. No contenía mucho, solo una vieja tarjeta de visita amarilleada por los bordes y a su lado, cogido con una elegante pinza con las iniciales IP, un mapa recién impreso de la localización.

Sin pensarlo dos veces y segura de querer emprender la aventura que me proponía el sobre me lancé a la calle en busca de el destino de mi mapa.

Me costó más de una hora encontrarlo. Era un pequeño restaurante semi oculto tras dos grandes edificios en la parte antigua de la ciudad. En su fachada había un gran cartel amarillento con letras marrones redondeadas que anunciaba comida casera y trato amable.

El interior era acogedor y tenue. La sala rectangular que conformaba el restaurante, contaba con poco más de una docena de mesas, la mayoría vacías, y estaba iluminada por auténticos candelabros que goteaban cera sobre las paredes de piedra.

En seguida una joven de ojos color miel salió a mi encuentro y me preguntó con un ronroneante acento marroquí si deseaba sentarme. Sin saber muy bien que decirle le enseñé el contenido del sobre que se encontraba a buen recaudo en el bolsillo de mi impermeable. Su rostro se iluminó y con una sonrisa me acompañó a una de las mesas escondidas en la parte más intima del restaurante.

Allí me esperaba un hombre, o eso supuse, ya que la sombra de la pared no me dejaba más que intuir el brillo de su cigarrillo encendido, bajo el ala ancha de su sombrero.
Estuvimos unos segundos en silencio hasta que el desconocido comenzó a hablar con voz cadenciosa y pausada mientras daba largas caladas a su cigarrillo:

- Por lo que veo ha decidido usted entrar en el juego señorita X –
- Sólo elegí un sobre –
- Eso es suficiente para entrar –
- No sé en qué estoy metida, ni quién es usted –
- Aún así ha decidido venir –
- Sólo por curiosidad, ha sido pura casualidad –
- La casualidad no existe y usted mejor que nadie lo sabe –

El cuchillo de hiel se clavó en mi garganta al oír de sus labios esas palabras y al ver en sus ojos, tenuemente iluminados por el cigarrillo, girones de compasión

- Ha sido un error venir aquí- digo mientras me levanto para marcharme.
- No, no lo ha sido, y usted lo sabe tan bien como yo – noto como me mira desde la sombras y veo su mano salir de la oscuridad – vuelva a sentarse por favor – hago lo que me dice – le prometo que si sigue jugando, cuando termine, todo ese dolor que lleva dentro habrá desaparecido y podrá a vivir su vida como era antes –
- ¿Cómo? – es una sola palabra ahogada que se escapa de mis labios.


Continuará...

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A toda velocidad

miércoles, diciembre 09, 2009 Laura.S-P 3 Comments

Bueno, dicen que en la variedad está el gusto, y creo que todavía no había subido nada de este estilo. Quiero comentaros que esta historia está inspirada en un icono, si un icono, para que veais que la inspiración está en cualquier parte jajajaja. Por cierto, es un relato poco recomendado para mentes puras jejejej

Sientes la caricia del viento en tu pelo. Sientes como el ruido del motor ahoga los latidos acelerados de tu corazón.
Por fin te lanzas a una carretera desierta junto al mar. Aquí no hay semáforos, ni coches, ni incómodos peatones que ralenticen tu alocada carrera. Aquí te sientes libre, como si pudieras levantar la rueda y alzar el vuelo.
Alguien se coloca a tu lado, debe ser algún loco adicto a la velocidad que ha decidido salir a explayarse el domingo. Su moto roja brillante parece acompañar al centello amarillo y azul de la tuya
Giras un poco más el acelerador y tu moto sale despedida con un caballito. Seguramente que el desconocido se está riendo tras su casco encarnado. Sonríes tú bajo el tuyo y sientes como el poder de la moto vibra bajo tus piernas.
El desconocido está de nuevo allí. Su moto se ha puesto a la altura de nuevo, todo un logro teniendo en cuenta que los 900 caballos de la tuya ya van resoplando. Enfilas una recta y te permites girar la cabeza y mirarle. La protección plateada del casco te impide ver su cara, pero tu instinto te dice que es atractivo y te está mirando. De pronto es él el que se alza en su rueda de atrás y te adelanta con un estruendo. Es un rugido voraz, poderoso y tu moto tiembla ante ese rugido. Él ha ganado la carrera, no tienes nada que hacer.
Aflojas el manillar del freno y con el del gas vas bajando las marchas poco a poco, hasta que la aguja deja de temblar en los 240 y se concentra en los 140. Ya te has desfogado bastante y no quieres más, él te ha humillado y estas molesta.
No puedes sorprenderte más cuando lo encuentras más adelante, esperando, igualando el ritmo de su moto al tuyo. Levantas las cejas bajo el casco y de nuevo vuelves a sentir su sonrisa.
Sin saber muy bien por qué le sigues. El hotel de carretera está vacío y nadie hace preguntas cuando entráis. Aún no os habéis quitado los cascos, parte por el misterio parte para recuperar las formas tras la carrera. Tú jadeas bajo el visor, presa de una intriga hasta ahora desconocida.
Entráis en la habitación, la 138, aunque dudas mucho que ese hotelucho de carretera tenga tantas habitaciones. Él por fin se descubre.
Deja el casco sobre una mesita adornada con un jarrón horrible y cuando se da la vuelta descubre su pelo castaño cayendo sobre unos ojos negros, oscuros como la noche, que te miran enfebrecidos de deseo. Bajo la nariz larga y recta encuentras unos labios carnosos, que te despiertan un deseo irrefrenable.
Tú también has dejado el casco sobre la mesita y ahora vuestros cuerpos están tan cerca que puedes sentir como su presencia lo invade todo.
Una mano firme se afianza en tu espalda y te acerca a él. Tú no te resistes y dejas que esos labios tan sensuales atrapen los tuyos. Entonces es como una explosión, la pasión estalla en el beso y sientes como el calor viaja desde tus labios a todo tu cuerpo.
También sientes el calor de él, su beso cada vez más voraz, su mano impaciente que busca la cremallera de tu mono. Tú encuentras antes la del suyo y descubres el pecho desnudo y cálido bajo el frío y duro cuello.
Tus manos van desde su ombligo a sus hombros y dejas caer la chaqueta a un lado. En ese momento el también se las ha arreglado para desvestirte y solo una fina camiseta blanca de deporte separa vuestros ardientes cuerpos. Tus pezones se erizan al rozar el pecho de él, y él excitado al notarlo los atrapa con sus manos.
Sus manos son tan voraces y sensuales como sus labios. Encuentran todos los recodos de tu cuerpo y las exploran con la yema de sus dedos, dejando una sensación eléctrica allí donde tocaron. Ya apenas puedes respirar y los jadeos salen de tu boca convirtiéndose poco a poco en gemidos. El gruñe también cuando atrapas uno de sus pezones entre tus labios y succionas, jugueteando después con la lengua, saboreando y mordisqueando.
Le empujas a la cama y él se deja caer. Gateas por la cama hacia él, sin poder esperar un instante le cubres el pecho con besos y mordiscos que bajan desde su cuello a su musculado vientre.
Él busca entre tus piernas y acerca más tu cuerpo al suyo. Cuando sus dedos entran en ti nuestros cuerpos están completamente pegados.
Sientes como sus dedos juegan dentro de ti y como su erección palpita en tus piernas. Buscas sus labios y tu lengua se enrosca en la suya, haciendo el beso más profundo, intenso y placentero. Después buscas su oreja, la mordisqueas y él gime con gusto y con su mano libre apreta tus pechos, mientras que sus dedos entran más fuerte dentro de ti.
No puedes más. Te deshaces de su abrazo y le tumbas de nuevo. Esta vez tus besos bajan de su estómago y saboreas con tus labios y tus manos su sabor.
Ya no resistís más. Él te vuelve a tumbar y entra en ti con fuerza. Arqueas la espalda ante su embestida y el gemido escapa de tus labios, sordo.
Las embestidas se suceden y tú clavas las uñas en su espalda y enredas tus piernas alrededor de su cadera, reteniéndole. Quieres sentirle más, más dentro, más intenso.
Y todo acaba en un estallido. Sientes llegar el placer y él te sigue. En una embestida final os deja a los dos radiantes y satisfechos.
Se deja caer en las sabanas a mi lado, sudoroso y cansado. Tiene los labios enrojecidos por la pasión, los ojos cerrados y la sonrisa dibujada en el rostro. Yo me arrebujo bajo las sabanas a su lado. Cuando me tumbo a su lado, abre los ojos para mirarme y la sonrisa tranquila desaparece sustituida por una más voraz.
Va a ser el mejor domingo de mi vida.

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EL frío perdón

jueves, diciembre 03, 2009 Laura.S-P 1 Comments

Este quiero dedicarselo a mi nuevo "critico"!Muchas gracias^^

El amanecer avanzaba lento y frío por el horizonte mientras ella esperaba. La cama se había quedado revuelta, de la noche pasada en vela. En la mesilla, brillaba con luz propia el frasco de cristal que había comprado al boticario. El elixir para su libertad.

Empezaba ya a sentir el frío en las manos y en el rostro. Sentía como su alma se iba despegando de su cuerpo lentamente y como al final, el suspiro de la muerte en su nuca cortó todas las ataduras. Ella se sintió ligera y suave como el aire y volviendo la vista atrás contemplo como su cuerpo terrenal quedaba tumbado en el suelo, con los labios amoratados por el veneno.

Ante ella se abrió un camino de luz pálida y fría. Estaba atemorizada, aún así sus nuevos pies fantasmales la guiaban hacia aquel camino brillante, que era cálido y frío a la vez bajo sus pies.
La joven anduvo por el pasaje de luz tanto rato, que pensaba que no se acabaría nunca y su condena por su cobarde apto sería rondar por aquel camino toda su otra vida. Sin embargo, pronto aparecieron ante ella una puerta enorme.

Era tan grande la puerta, que aún mirando hacia arriba no podías ver su fin. De la puerta colgaba una aldaba enorme en forma de cabeza de Gorgona. La joven llamó a la puerta asustada.
La Gorgona cobró vida de pronto y la joven se encontró rodeada de serpientes, que siseaban cerca de su oído. Los ojos de la Gorgona clavados en ella:

- Tu nombre niña – rugió la Gorgona
- Aileen –
- ¿Cuál fue tu muerte?-
- Me envenené –

Las serpientes de la Gorgona sisearon con más fuerza y su dueña torció el rostro. La aldaba no dijo nada más y volvió silenciosa a la puerta. Nada sucedió durante un momento, pero los goznes de la puerta chirriaron y esta empezó a abrirse lenta y pesadamente, abriendo paso a Aileen.

Con el miedo haciéndole temblar las rodillas Aileen cruzó la puerta. Hubo un fogonazo de luz que la dejó ciega unos instantes y luego la sala apareció entre sus ojos.

Era grande, inmensa, azul como el cielo de verano. Largas columnas se alzaban hacia el techo, rectas y orgullosas, sujetando una bóveda de cristal brillante. La sala estaba llena de gente, no, de figuras tan fantasmales y etéreas como ella, que clavaban sus ojos sin brillo en la recién llegada.
Al fondo de la sala, sentada en el trono más majestuoso que Aileen había visto jamás, estaba sentada una mujer. Tenía la mirada fría y temible, los labios finos apretados en una línea, el cabello blanco y ralo cayendo por los hombros hasta la cintura. Sus ropajes eran sencillos, como los de los demás espíritus, pero sus ojos estaban llenos de vida y brillaban como ascuas.

La sala, a pesar de estar llena de gente, guardaba silencio absoluto y todas las miradas estaban clavadas en la mujer del trono, que no apartaba sus ojos de Aileen. Cuando por fin se decidió a hablar su voz, firme y cadenciosa, reverberó por toda la sala, llenándola de vida.

- Aileen, caminante del camino de la luz, la Gorgona nos ha avisado de tu llegada –

Los espectros empezaron a zumbar cuando la mujer pronunció su nombre. Un escalofrío le recorrió la espalda a la joven al escuchar aquel sonido tan fantasmal. Sentía todas aquellas miradas vacías clavadas ahora en ella, viendo todo lo que antes había ocultado su piel y la juzgaban. Eso era aquello, un juicio, su juicio, y aquella mujer de mirada penetrante no era otra cosa que su juez.

La mujer bajó del trono y se situó frente a Aileen, que temblaba de pies a cabeza. Su voz se dejó oír de nuevo, acallando el siniestro zumbido:

- Sabemos de la forma en que moriste – estaba tan cerca que Aileen podía sentir el frío que emanaba de ella y que la envolvía empeorando su temblor – has cometido un agravio al señor de los Fríos –

Esta vez cuando su voz cesó no llegó el zumbido. Los espíritus permanecieron silenciosos, mirando ahora a la mujer. Aileen no se atrevía a levantar la mirada, pero cuando la mujer prosiguió, la fuerza de su voz la obligó a hacerlo:

- Pero el señor de los Fríos ha visto tu vida y ha decidido perdonarte – al cogerla de los hombros su tacto se volvió cálido y la joven dejó de temblar
- Tu vida como mortal fue desgraciada y tu muerte trágica, por eso mi señor ha decidido otorgarte un gran deber– los espectros a su alrededor iban desapareciendo poco a poco y pronto solo quedaron ellas en la sala
- ¿Cuál es ese deber?- preguntó aún asustada
- Tú serás la encargada de que aquellos que han sido desgraciados, no lo sean también en su muerte -
- ¿Pero cómo? –
- Tú pequeña, que llevas la luz en tu nombre, iluminarás su camino y les guiarás a un lugar donde puedan ser felices, aún en la muerte –


Hola lectores mios! a que noa divinias que? sii también es una historia para mis cuentos del hielo...ya sé que os estoy bombardeando mucho con este tema pero de verdad vuestra opinión es muy importante, y en este especialmente por que no estoy segura de que vaya bien con los anteriores. Un saludo!!

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Nieve

lunes, noviembre 30, 2009 Laura.S-P 2 Comments


En cuanto abro los ojos siento la nieve. Está ahí fuera, más allá del cristal empañado de mi ventana. El frio ha congelado las lágrimas del tejado, adornando el quicio de mi ventana con un centenar de pequeños carámbanos. Me arrebujo bajo la colcha, escondiendo bien las manos bajo la barbilla para escapar del frío que reina en la habitación.
La casa está en silencio, nadie ha despertado aún. No se oye el trajín de las tazas, ni los pies enguantados en calcetines corriendo por el pasillo. A esta hora tan temprana la luz, fría y pálida, se cuela por los resquicios de la cortina sin que nadie la moleste.
No sé que me impulsa a salir de la cama, a abandonar el refugio cálido de las sabanas y a moverme como un espectro silencioso hasta la puerta, que para mi alegría se abre sin emitir ni el más leve de los chasquidos.
Fuera el paisaje es tan bello como abrumador. El mismo manto níveo que cubre el suelo, cubre también el cielo con un blanco impoluto, que me hace pensar que por una vez cielo y tierra son solo uno. El parquecito de los niños que hay frente a la casa está cubierto por la nieve, también el banco donde los mayores se sientan en verano, a disfrutar del calor.
Sin saber porque ahora, las lagrimas se deslizan una vez más por mis ojos, como lo hicieron anoche y antes de anoche, sin razón aparente, pero con el dolor clavándose hasta lo más hondo de mi pecho. Las lagrimas comienzan a caer, cálidas y saladas, al principio lentas y escasas y luego como un torrente. Lloro en silencio, abrazando mis brazos con mis manos y dejando que los insonoros sollozos se escapen de mis labios en forma de pequeñas nubes de vaho.
De pronto, ocurre lo inesperado. Algo fino, suave y ligero se me posa en la nariz y para las lágrimas. Es algo frío que me enrojece la nariz y me hacen estornudar. Al alzar la vista veo como el cielo blanco plomizo se está deshaciendo en pequeños copos que caen sobre mí, enganchándose en mi pelo y en mi ropa. Y la alegría llega.
Empiezo a dar vueltas como si fuera una peonza bajo la nieve, dejo que se derrita contra mi piel y moje mi ropa. Es como una caricia suave y limpia que me hace sonreír sin poder evitarlo, como si fuera una niña. Grito, salto y corro yo sola en la nieve, como si de pronto me hubiera vuelto loca, pero es que la sensación que tengo en el pecho pugna por salir y si se queda dentro creo que explotaré…
Acabo tumbada sobre la nieve, haciendo ángeles con las piernas y los brazos, dejando mi huella en la nieve, sonriente y exhausta.
Y es ahí donde me encuentras, con las mejillas ardientes por el ejercicio, una sonrisa enorme y lagrimas de pura alegría en los ojos. Te acercas a mí y te tumbas a mi lado. Giro la cabeza para mirarte y te sonrío. Tú sabes lo que significa esa sonrisa, porque la conoces desde siempre, porque siempre has estado ahí. Tú, mi amiga, que has salido a la calle en pijama para venir a tumbarte a mi lado, sabes que ya no habrá más lagrimas, que el dolor se ha ido, que se lo llevó la nieve, que sigue cayendo sobre nosotras, que seguimos sonriendo.

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Hada

miércoles, noviembre 18, 2009 Laura.S-P 1 Comments

En esta entrada, voy a hacer algo nuevo, voy a subir uno de mis dibujos. Es un dibujo tipo estudio, osea que no está tan trabajado como otros que he hecho pero me ha gustado mucho el resultado y espero que a vosotros también. Un saludo



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Laura en el país de las guitarras

martes, noviembre 17, 2009 Laura.S-P 4 Comments

Esta historía se la dedico a un amiga. Tortu! esta va por ti!

La maldita púa debía haberse caído debajo del asiento. Esa cosita con vida propia a la que tanto adoraba había decidido perderse por algún lado y hacerme buscarla por todo el vagón. Menos mal que a estas intempestivas horas para volver a casa desde la universidad, las nueve de la noche, no hay nadie en el tren. Si no me habrían visto agachada, de rodillas en el suelo con medio cuerpo metido debajo del asiento.
Por una púa normal no habría hecho esto, pero entendedme, es mi querida púa del concierto de los Chiiiiildren of bodooooom(imaginaros el tono de heavy ¿vale?). Vamos que no es una de esas cosas que una se pueda permitir ni siquiera perder de vista un momento. Tuve que morder a un tipo alto como una torre para conseguirla, agarrarme del pelo de una de esas fans larguiruchas que me impedían el paso y agarrar mi preciosa púa… que grandes momentos aquellos, los gritos de la fan, el tipo aún quejándose del mordisco en la mano y yo con mi pequeña y dulce púa acunada en la palma de mi mano.

Y ahora estaba perdida. Estoy tan distraída que cuando el tren casi frena en seco y yo me golpeo de la forma más imprevisible. Sentí el golpe del asiento contra mi nuca y luego todo se puso borroso y negro…

Ahora la luz era muy intensa, tanto que me hacía daño aún con los ojos cerrados. Tenía la boca seca y espesa. El suelo era caliente y arenoso, me hacía cosquillas en la palma al mover la mano. Yo no quería abrir los ojos, se estaba demasiado a gusto sobre la arena calentita, pero había algo que me molestada, se me clavaba en la espalda y me estropeaba el momento, así que al final, a regañadientes y con muuucha calma, abrí los ojos un poco, giré sobre mi costado, me dejé caer hacia un lado y cuando la arena empezó a molestarme de verdad en la boca, me levanté.
Si no hubiera estado tan dormida, supongo que me habría sorprendido levantarme en medio de un mar de arena roja, en lo que era lo más parecido a un cementerio de guitarras. Pero bueno, no es que esté muy lúcida cuando me despierto ¿vale? El caso es que aquella cosa que me molestaba tanto en la espalda, era la bendita púa, que de alguna manera había llegado allí conmigo. Sin perder un momento, volví a engancharla en el cordón que me colgaba del cuello y la puse a salvo bajo mi camiseta de Evanescen.

El caso, es que ahora que estaba bien despierta, aquel mundo era un poco raro. Allá donde mirara no había más que arena roja y aquí y allá desperdigados partes de guitarras. El caso es que yo no podía estar más sorprendida que cuando, surgió de la arena, ni más ni menos que James Hetfield (el cantante de los Metálica para aquellos que no le conozcáis) y dijo…

Continuará...

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Con vosotros

lunes, noviembre 16, 2009 Laura.S-P 1 Comments

A todos los que leéis mi blog:

Con vosotros, he sido guerrera, poetisa y pájaro

Con vosotros he destilado la luz de las estrellas y he mirado a la cara al Sol.

Con vosotros he recorrido mil caminos y mil mundos, llenos de vida e imaginación

Con vosotros he soñado que volaba a lomos de un caballo alado, blanco como la luna

Con vosotros, he llorado, he reído y he amado.

Con vosotros he corrido bajo la lluvia para encontrar a Raúl

Y con vosotros amé a Inés, la circense

Con vosotros he seguido un camino enlosado de baldosas amarillas y he encontrado valor, amor y miedo.

Con vosotros he sido el más cruel de los sicarios y el más solitario de los hombres…

Con vosotros, con vosotros, espero seguir como ahora, escribiendo, pluma en mano y teclas bajo los dedos.

En mi entrada numero 51, quería agradecéroslo a todos, a los que me seguís, a los que me leéis y a los que me comentáis, por que sois vosotros los que me animáis a seguir escribiendo y a quien debo estas 51 entradas. Muchas gracias y¡ hasta pronto!

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Eclipse

lunes, noviembre 16, 2009 Laura.S-P 0 Comments

Nuestros mundos eran tan distintos, que no podían existir al mismo tiempo. Vivíamos separados, por siempre, para siempre, sin posibilidad de cambiarlo. Apenas nos atisbábamos unos instantes en nuestro recorrido. Ella era dorada y hermosa, brillaba sola y potente en su mundo azul y cálido. Mi mundo era oscuro y frío y vivía rodeado de un millar de bellas mujeres, que en cada momento buscaban mi favor. Pero todas eran llamas pálidas, frías e insignificantes, no eran más que simples destellos a la sombra del brillo de mi amada.

Vivimos enamorados desde que el mundo existió y desde entonces vivimos separados. Nadie sabrá jamás de nuestro amor, de nuestras penurias, nuestras sonrisas robadas y nuestras lágrimas acalladas, pues nadie sabrá nunca de nuestro amor. Un amor tan puro, que no conoce el pecado, un amor platónico nacido de la búsqueda de nuestras almas gemelas. El único amor que podremos alguna vez conocer y el único se nos permitirá albergar.

Yo velo sus sueños, iluminando su cálida y sedosa piel, como mi manto níveo y etéreo, y ella calienta los pliegues de mi mundo al alzarse hermosa y triunfante una vez que mi reinado de oscuridad desvanece. Somos la alquimia eterna, lo que siempre sigue, lo que siempre rota. Somos, seremos y fuimos.

Solo una vez, se nos concedió el momento de estar juntos. Fue una sola vez, un instante robado a la eternidad. El camino se detuvo ante nuestro cruce. Su luz creció a mi alrededor, quemándome la piel, mientras mi frío arrancaba de sus rosados labios pequeñas nubes de aliento helado. Nuestras manos se cruzaron y el mundo se volvió negro bajo nuestra luz. Algo tan poderoso no podía existir, así que los astros imperturbables mantuvieron el camino, alejando su cálido tacto de mi de nuevo. Añoré aquel roce de un segundo. Añoré el beso que no ocurrió pero que rozo mis labios en un sueño. Añore la sonrisa que se dibujo en sus labios y luego en sus ojos al mirarme. Lo añoré siempre y rogando a mi pálido harem, desee que por una vez, volviera a ocurrir aquel milagro y poder tocar esta vez sus labios, hechos de cálida luz. Solo una vez, una sola vez más quería dejar abrasar mi piel.

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Inés&Raúl: La lluvia se lo lleva todo (Final)

viernes, noviembre 06, 2009 Laura.S-P 4 Comments

Por fin me atrevo a colgar la ultima parte de este diario. Me ha llevado mucho tiempo decidir cual sería el final para estos dos, así que espero que os guste. Un saludo^^


La lluvia me caía como una pesada cortina sobre los ojos, las piernas me pesaban como si fueran de plomo, pero seguía corriendo. Seguí corriendo casi ciega por la lluvia, buscándole.
Le encontré donde esperaba. Estaba sentado en el parque donde soliamos jugar de pequeños, la mirada baja, clavada en el suelo. No la levantó cuando llegué a su lado, pero habló:
- ¿Qué haces aquí Inés?
- He…venido…a… buscarte – casi no podía respirar por la carrera mucho menos hablar
- ¿Por qué? – en ese momento levantó la mirada y me encontré con un abismo gélido que pretendía engullirme
- Por que te quiero – la respuesta me salió sola, natural y limpia y mi pecho se relajó por el peso de la verdad
Se rió y se levantó del banco poniéndose frente a mí. Me sacaba casi una cabeza así que tuve que alzar la vista para mantener su mirada:
- ¿Qué me quieres? – sus ojos estaban llenos de orgullo – No me jodas Inés, tu solo te quieres a ti misma – el reproche me dolió, pero me mantuve firme
- Ya no es así –
- Siempre ha sido así – alzó la mirada y siguió hablando – cuando yo me marché decidiste que no merecía la pena esperarme, que sería mejor liarse con algún imbécil-
- ¡Por dios Raúl! ¿Cuántos años teníamos?¿ocho?-
- Yo ya te quería con ocho años Inés – me volvió a mirar y la esperanza aleteó nerviosa en mi corazón – pero me has demostrado que ya no eres quien creía – el aleteo murió en la tempestad de ira de sus ojos – jamás te podré perdonar por lo que eres ahora-
La puñalada se clavó en mi corazón y casi sentí como los pedazos se deshacían en mi interior. Las lagrimas llegaban a mis ojos a toda prisa y por una vez en aquella maldita tarde agradecí la lluvia que me empapaba la ropa y me estaba dejando helada. Agradecí el frío que impedía que mi cara se enrojeciera más aún y agradecí la mirada cruel de Raúl, en la que no había esperanza a la que agarrarse. Se había acabado, mi viaje había acabado antes de empezar.
Incapaz de pronunciar otra palabra me di la vuelta y eché a andar todo lo deprisa que mis doloridas piernas me permitían. Quería desaparecer, esconderme bajo el barro que inundaba la calle. Quería irme de allí.
Sin embargo mi cuerpo no podía más. Mis cansadas piernas se negaban a llevarme a casa y mi cabeza estaba demasiado embotada para encontrar el camino. Al final acabé me acabé sentando en la parada del autobús, a salvo bajo la marquesina de cristal coloreada de grafitis. Me encogí, abrazando mis rodillas con mis brazos y dejé que la suave somnolencia me atrapara. Tenía frío, si, pero eso no importaba, solo quería dormir un poquito…
Me desperté poco a poco, ahora ya no hacía frío. Algo grande y pesado me caía sobre los hombros, dándome calor, aunque también estaba húmedo. Abrí los ojos lentamente, arropada por aquel calor suave. Había alguien de pie junto a mí pero me costaba enfocar la vista.
Cuando mis ojos enfocaron del todo vi a Raúl de pie frente a mí. Tenía la respiración agitada y me miraba con el rostro enrojecido. Sus ojos me miraban ya sin ira, pero yo no podía entender nada…
- Raúl…qué…- intenté preguntar
- Mentira – dijo entre jadeos
Alcé la mirada aún más para que nuestros ojos se encontraran. Ahora me di cuenta de que los tenía rojos. Frunció los labios y se agachó para poner sus ojos a la altura de los míos:
- Todo lo que dije antes era mentira –
Debía haberme quedado dormida en la parada del autobús por que esto no podía estar ocurriendo. No después de todo lo que había dicho:
- Yo… - me miró como intentando explicarse – cuando volví y te volví a ver…bueno, tu eras mucho más de lo que yo recordaba…pero habías cambiado por dentro… y yo no formaba parte de tu vida ya….-
Bajó la mirada, buscando como seguir. No pude evitarlo y le acaricié el pelo. Era negro y brillante, mojado, y tenso. Sorprendido alzó la mirada y se encontró con mis ojos.
Raúl
Sus ojos estaban tan llenos de pena, que se me encogió el corazón en el pecho. No lloraba ahora, pero los ojos la traicionaban. Su caricia me había sorprendido.
Me había costado llegar hasta allí. Me había ensañado con ganas con uno de los árboles del parque hasta que me había calmado.
Mi orgullo no paraba de gritarme que no fuera, que no perdiera que ella no debía ganar. Pero aún así sentía que estaba perdiendo. Al final salí corriendo tras ella
Cuando la encontré estaba medio dormida en una parada de autobús, helada y calada hasta los huesos. Le puse mi cazadora sobre los hombros y la abracé hasta que entró en calor. En cuanto empezó a despertarse me separé de ella.
Había intentado decirlo lo que sentía de verdad, lo que pensaba de ella, pero ahora no podía, sus ojos estaban tan triste que me ahogaban en sus lagrimas. Me sentía miserable por haberla hecho llorar, no sabía qué hacer, y al final ella tomó la iniciativa
Me cogió la cara con manos temblorosas y frías y guió mi mirada hacia la suya. Había tantas cosas que me decían que no siguiera que no lo hiciera que estuve a punto de echar a correr otra vez, pero ella dijo lo que necesitaba oir, lo dijo aunque en ese momento no me lo mereciera
- Te quiero –
Lo dijo tan bajo que apenas fue un susurro, pero a mí me dejó un sabor dulce y cálido en los labios. Entonces fui yo quien me levanté y la abracé. Acurruqué su cara contra mi hombro y acaricié su pelo ahora corto y desmelenado. Ella me agarraba con fuerza de la camiseta, y notaba como sus lagrimas cálidas se mezclaban con la lluvia que empapaba mi ropa.
La separé de mi solo un segundo para mirarla a los ojos y decirle lo que siempre había pensado. Lo que me había vuelto loco de celos, orgulloso e irracional:
- Tú lo eres todo para mi, te quiero, te quiero, te quiero…- se lo seguí diciendo mientras le limpiaba las lagrimas con mis besos.

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El principe de los no voladores

miércoles, octubre 28, 2009 Laura.S-P 6 Comments

Para mi salvadora de pingüinos particular. Que lo disfrutes Eiram^^


El país de las Aguas Heladas estaba en el lejano Mar del Hielo y era un lugar inhóspito y solitario. Sus habitantes eran gente huraña que vivía refugiada en las cuevas de las Montañas de Hielo, dormían todos juntos en un mismo lugar para darse calor unos a otros y adoraban al gran dios Khinse. Ese gran dios controlaba las tormentas, los peces y las épocas de hambruna, por eso, cada luna llena se ofrecía en su pequeño sacrificio en su altar.
Esta vez la luna llena llegó tras un largo ayuno, con tormentas desoladoras que impedían salir a cazar y muchos de los suyos había muerto. El gran sacerdote de los hombres de las Aguas Heladas decidió que debían ofrecer un sacrificio mayor para aplacar la ira del helado dios. Así que los agotados isleños salieron a buscar pos sus tierras una ofrenda que pudiera agradar a su dios.
Recorrieron las heladas praderas, las bravas costas y los escarpados acantilados. Al fin volvieron los agotados cazadores al calor del hogar. Fueron recibidos en medio de una gran alegría ya que traían una bestia legendaria, cazada en los peligrosos acantilados.
Era una bestia con alas, parecida a una foca, pero con el pico de un pájaro. Su cuerpo era blanco y negro y sus pequeños ojitos brillaban con inteligencia.
Los moradores de las Montañas estaban encantados. Nunca había visto un animal como aquel. En las antiguas leyendas, transmitidas de madres a hijas, generación a generación, se les llamaba los No Voladores. Eran unos pájaros de mal agüero, maldecidos por el gran Khinse. Uno de ellos se había atrevido hace muchas lunas a desafiar al rencoroso rey del frío. El No Volador dijo que con sus grandes alas negras podría volar más alto y más rápido que el grandísimo dios.
Entonces, el dios, castigando su arrogancia, le quitó sus grandes alas y lo condenó a no volver a volar nunca. Lo castigó a ser un ser torpe, la burla de todos los de su especie. El arrogante pájaro, demasiado avergonzado por su nuevo aspecto, se refugió en el único mundo que aún le quedaba: el agua.
Allí se convirtió en el más rápido de los nadadores. Nadaba desde el fondo y alcanzaba los peces antes que sus hermanos voladores y conseguía eludir las fauces de las hambrientas focas con su veloz aleteo.
Sin embargo sus crías debían nacer en la tierra, y era allí, con su lento y torpe caminar, donde se volvía más vulnerable, para ser cazado por los hombres y ser ofrecido para expiar su negra culpa ante el dios Khinsé.
Cuando Eirma, un joven de la tribu, vio a la extraña ave, no le pareció que fuera una bestia arrogante. Miraba a su alrededor con miedo y emitía unos estridentes graznidos parecidos al llanto desconsolados de un bebe.
Eirma se apiadó de la criatura y esa misma noche liberó al No Volador de sus ataduras y lo condujo en medio la oscura y calmada noche hasta los acantilados. Allí el pingüino le hizo una reverencia de agradecimiento y saltó al agua.
A la mañana siguiente cuando la tribu despertó y descubrió que su ofrenda había desaparecido la ira corrió como la pólvora. Todos estaban furioso y pronto descubrieron que había sido Eirma, la enojada tribu decidió ofrecerle a él como sacrificio.
Llevaron a su ofrenda hasta los acantilados donde la noche anterior Eirma había liberado a la bestia. Le ataron las manos y los pies para que no pudiera huir y defenderse y entonces, el gran sacerdote, rezó al dios Khinsé, para que aceptara su humilde ofrenda. Y arrojó a Eirma por el acantilado.
El joven cayó al agua helada y desesperado intentó librarse de sus ataduras. Era imposible. Cuando el joven ya se daba por vencido, vio como una elegante figura se acercaba a él nadando. Era el No Volador que el mismo había liberado.
El pájaro agarró con su pico las ropas de Eirma y tiró de él a toda velocidad hacía el fondo. Ante los ojos del joven apareció un palacio submarino. Tallado en la piedra, brillante y hermoso como el amanecer.
El No Volador le llevó hacia una sala donde había un viejo pájaro. Ese pingüino decía ser el rey de los No Voladores y le estaba tan agradecido por haber salvado a su hija de su cruel muerte, que deseaba nombrarle príncipe de su reino y entregarle la mano de su hija.
En cuanto Eirma aceptó aquella agradecida oferta, su cuerpo empezó a cambiar. Sus brazos se convirtieron en unas picudas y vigorosas aletas. Su nariz se alargó y formó un pico anaranjado y duro. Se volvió ágil y rápido dentro del agua. Se convirtió en un No Volador.
Así fue como la bondad de joven Eirma fue recompensada y vivió feliz para bajo las aguas, y nunca más volvió a pasar hambre ni frio, mientras que sus hermanos de la superficie sufrían las iras de un inclemente dios, que al maldecir a aquellos pájaros los había hecho más especiales.

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La dama de escarcha

martes, octubre 20, 2009 Laura.S-P 2 Comments

Aqui va otra de mis entregas de los cuentos del hielo, que siento que haya tardado tanto en llegar. Me gustaría agradecerle también al blog, No solo relatos cortos, su critica en el ultimo que subi. Tenías razón, el final tampoco me convencía y lo estoy reescribiendo, espero que este te guste más, y por favor, por favor, no dudes en decir lo que piensas^^

Erase una vez, en un reino muy lejano, allá en las tierras del orgulloso Sol, nació una doncella. Sus cabellos eran pálidos como la luz de la luna y su piel era blanca como la primera nieve. Sus ojos tenían el color de cielo azul y su voz era el susurro dulce de una cascada.

Era tan hermosa que el Sol se levantaba antes para colarse por su ventana e iluminar sus cabellos que brillaban como la plata. Y así cada vez eran los días más largos y las noches más cortas. Incluso las estrellas, encandiladas por su hermosura, abandonaron el cielo nocturno para posarse, como millones de luciérnagas, en el techo de su alcoba.

Sin embargo había alguien a quien los celos manchaban el corazón, dejándolo negro como la tinta. Luna, celosa, por todas las atenciones que sus hermanos le ofrecían a la muchacha, decidió vengarse.

Un día que la joven paseaba por el bosque, Luna envió a uno de sus sirvientes alados a buscarla. El caballo volador llegó entre grandes relámpagos y truenos, y montó a la asustada joven sobre su grupa, llevándola lejos de los dominios de Sol, a las heladas tierras de la Luna.
Allí esta la escondió en una cueva, en lo más recóndito de las montañas de hielo, donde ni el Sol ni las estrellas pudieran encontrarla. La confinó en una tumba de escarcha, muerta helada para siempre.

La Luna satisfecha con su plan brilló aquella noche en el cielo con más fuerza que nunca.
Lo que la vengativa Luna no sabía, es que una pequeña estrella se había escondido entre los pliegues del vestido de la joven y había visto todo lo que había sucedido. Al llegar el alba e irse la Luna a descansar, corrió presta por el rojizo cielo del amanecer para avisar a Sol de la venganza de Luna.

El Sol estaba desolado. En las tierras oscuras de su hermana poco podía hacer él. Sin embargo consiguió meter un pequeño rayo de su luz hasta la tumba de escarcha de la joven, que se guardó en su dulce corazón, librándola así de la muerte y haciendo que su castigo no fuera más que una largo sueño, del que despertaría cuando alguien encontrara su morada.

La pequeña estrella que había ayudado a Sol, no contenta con ver como su bella amiga dormía eternamente en su prisión de escarcha, decidió disfrazarse de corza blanca. Buscó y buscó incansable por los bosques a alguien que pudiera romper la maldición lunar.
Al fin un día la estrella disfrazada encontró a un joven que dormía bajo un árbol. La estrella, que podía ver el corazón de los hombres, vio que el de aquel muchacho era puro y valiente y supo que había encontrado al elegido.

La corza blanca, guió al joven cazador a través de las montañas hasta que llegaron a la morada de la dama de escarcha. Y así fue como el joven cazador encontró el tesoro más preciado.
La noticia de que una joven cubierta de escarcha había sido encontrada en las montañas, voló rauda por el reino de la Luna, y pronto llegó a esta la historia de la dama de escarcha.
La luna, enfurecida porque su maldición se hubiera roto tan pronto, se presentó esa misma noche ante el rey. Se mostró tan bella y persuasiva como era, envuelta en sedas etéreas y finas joyas. El avaro rey la escuchó embelesado mientras ella le hablaba de una doncella muy hermosa, disfrazada de aldeana, que le otorgaría la vida eterna.

Tan pronto despuntó el alba, los jinetes del rey partieron a todo galope, esparciéndose por todo el reino en busca de la hermosa joven.
Pero cuando la encontraron la joven se había enamorado del cazador y se habían casado. Aún así los jinetes del rey la llevaron por la fuerza al castillo del rey.

Esa misma noche fue la corza blanca a buscar al joven y triste cazador y le dijo que debía ir a la corte del rey y retarle a un combate a espada para recuperar a su esposa y dicho esto, se le entregó una espada, brillante y certera como ninguna, forjada al abrasante calor del sol, que le había elegido campeón en esta batalla.

Así pues partió el joven cazador, acompañado de la pequeña estrella, oculta entre sus ropas.
Cuando llegaron a la corte del rey, este les estaba esperando, ya advertido por la maliciosa Luna. Pero a pesar de los consejos de esta decidió enfrentarse al joven cazador en duelo de espadas.
La batalla fue larga y fiera. Al llegar el atardecer, ambos contrincantes estaban agotados y la Luna ya se relamía ante la victoria de su campeón en cuanto cayera la noche. Pero, en el último golpe que brilló con el último rayo de sol, la espada forjada por el sol, se iluminó, partiendo en dos la espada de Luna.

La luna había perdido la batalla y ahora debía dejar a la doncella en paz. Se retiró furiosa y esa noche no brillo en el cielo oscuro, que se iluminó con el brillo de un millón de estrellas, alegres por la victoria del cazador.

El Sol en agradecimiento por el valor del joven cazador, lo nombró rey de sus tierras y ambos jóvenes partieron hacia los dominios del Sol, lejos de la mezquina Luna, donde fueron justos reyes y vivieron juntos para siempre.

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El bosque de los carámbanos

domingo, octubre 04, 2009 Laura.S-P 2 Comments

Buenas noches señoritas y señores. Siente tremendamente haberles tenido tan abandonados, pero es que he empezado(otra vez) la uni y ya se sabe, el principio de curso es siempre terrible...Y de nuevo os bombardeo con otro de mis cuentos del hielo, saga que por cierto estoy ilustrando(ya subire los dibujos cuando los termine;) y de la que me gustaria mucho que dejarais vuestra opinión^^
Un saludo como siempre y gracias por leermeee!!!

La llegada al mundo de la segunda hija del emperador Frío, fue celebrada con una gran fiesta. Toda la corte celebro la llegada de aquella niña de grandes ojos negros y piel blanca como la porcelana.

Era una niña alegre, de sonrisa fácil y temperamento dulce. Todo el mundo la adoraba y tras cumplir su primer año de vida se le dio el nombre de Nieve.
A pesar de que Nieve era querida por todos, había algo en ella que tenía preocupada a toda la corte. La niña tenía frío.

Era imposible que una hija del emperador de las tierras del Norte tuviera frío. Aún así, Nieve siempre llevaba una gran capa blanca regalo de su abuela. Y cuando alguien le preguntaba por qué la llevaba ella respondía muy tranquila que era para que le diera calor.

Sin embargo lo único que preocupaba a su padre es que Nieve no parecía poseer ningún tipo de magia.

Desde pequeños sus hermanos habían manifestado sus poderes para controlar los elementos del reino de su padre. Provocaban pequeñas ventiscas de hielo en la sala de juegos o escarchaban los manteles de la mesa real. Sin embargo Nieve solo jugaba con muñecos dulces de felpa y huía de la habitación llorando cada vez que alguno de sus hermanos hacía uso de sus gélidos poderes.

La dulzura de Nieve y las esperanzas que tenía su padre en que con el tiempo aquellas rarezas desaparecerían, permitieron que la pequeña princesa tuviera una infancia feliz alejada de los malévolos comentarios de la corte.

Sin embargo, los años pasaron y Nieve se negaba a desprenderse de su capa blanca. En la corte no se hablaba de otra cosa y muchos fueron los que acudieron al emperador Frío para pedir que acabara con aquel juego infantil.

El emperador, preocupado por su hija y acosado por las constantes críticas en la corte decidió mandar a su hija fuera del palacio, lejos de los rumores y peligros de la corte.

Envió a la joven más allá del Valle de las Brujas, cruzando el Mar Gélido, hasta llegar a la guarida del Ermitaño del Norte.

El Ermitaño era un hombre sabio, que acogió a la joven princesa como si fuera su propia hija.

Nieve en seguida quedó fascinada por el lugar, ya que el ermitaño vivía en un lugar mágico, que los antiguos llamaban Bosque de los Carámbanos. Era un bosque entero formado por grandes carámbanos que colgaban de una gran roca.

Se formaron durante La Primera Gran Helada, y habían estado allí resguardados al abrigo de la roca durante siglos, ensanchándose y llegando a tocar el suelo, como si de verdaderos arboles se tratara.

A la solitaria princesa le gustaba pasear por allí, arrastrando su gran manto blanco e imaginando que volvía a estar en palacio y que aquellos arboles de hielo, no eran sino las columnas del gran salón de baile de su padre. Entonces bailaba solitaria entre las columnas, deseando estar de nuevo en el palacio Invernal.

El sabio Ermitaño solía ocupar las largas tardes de la joven con charlas de cualquier tema que pudieran mantener entretenida a su pupila. Una tarde decidió contarle una antigua historia de amor de las gentes del Este.

Era una historia sobre una ninfa hermosa, que vivía en un cerezo en un recodo del camino. Un día un viajero se tumbó a la sombra de su árbol a descansar. El viajero era tan apuesto que la ninfa se enamoro de él y disfrazándose de pétalo de cerezo blanco, se metió en su bolsa y empezó su viaje. En la bolsa de su amado viajero conoció muchos lugares, muchas gentes y muchas cosas hermosas. Sin embargo, a diferencia de la vida de las ninfas, las vidas de los hombres son duras y cortas y un día el amado viajero de la ninfa cayó muerto al borde del camino. La ninfa estaba tan triste, que no pudo resistir la muerte de su amado y decidió convertirse en un árbol para siempre y marcar así eternamente la tumba del amado junto al camino. Fueron los pétalos blancos de un cerezo las lágrimas que la ninfa derramó por su amado.

Cuando salió Nieve a pasear la mañana siguiente por el bosque de Carámbanos aún pensaba en la hermosa ninfa y su amor perdido. Pensaba que sería hermoso un mundo cubierto de blanco como las hojas del cerezo. El reino de su padre, sin embargo, era del gris blanquecino de la estepa helada.


Y la joven princesa deseó un mundo frío cubierto por una capa blanca como los pétalos del cerezo.

Tan pronto como formuló su deseo, del borde de su capa empezó a desprenderse algo fino y níveo que iba cubriendo el mundo a su paso como si se tratara de una alfombra. Al poco la llanura y el bosque de los Carámbanos estuvieron cubiertos por aquella alfombra blanca.

El mundo Invernal ahora estaba cubierto por una alfombra blanca y suave que pronto las gentes llamaron “nieve”.

Las noticias de que algo nuevo había aparecido en el reino Invernal, volaron raudas al palacio del emperador. En la corte del emperador no se hablaba de otra cosa. El manto blanco avanzaba raudo por los caminos acercándose cada vez más al palacio Invernal. Así que el Emperador Frío decidió salir al encuentro de aquella criatura desconocida que cubría sus tierras con nieve.

Fue en las puertas del palacio donde se encontró el emperador y su corte con la criatura misteriosa. Su rostro estaba oculto bajo la capa, que como un manto de la propia nieve, ocultaba su identidad.

Fue grande la sorpresa cuando la desconocida descubrió su rostro y toda la corte reconoció en aquella hermosa joven a la pequeña Nieve.

Nieve, llena de gozo, corrió a abrazar a su padre, dejando tras de sí el manto blanco que la cubría. El emperador con lágrimas en los ojos abrazó a su hija y volvió a darle la bienvenida en el palacio Invernal. Toda la corte halagó a la joven princesa y nadie se burló jamás de su nívea capa.

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Corazon de Hielo

martes, septiembre 15, 2009 Laura.S-P 3 Comments

La abuela Nohr se acomodó en su mecedora junto al fuego y luego miró a la docena de ojos azules brillantes, que la miraban expectantes. Fuera el frío era helador y de las ventanas colgaban pequeñas estalactitas de hielo, que tintineaban bajo la fuerza del viento. Uno de sus nietos se revolvió inquieto y Nohr decidió empezar el cuento:

“Hace ya muchos años, cuando aún los hombres no habían llegado a las Tierras Congeladas, sobre estas tierras gobernaba el Emperador Frío. El emperador Frío era un hombre anciano, sabio y poderoso, que tenía cuatro hijos. El mayor de todos se llamaba Ventisca y era un joven malhumorado e inquieto, quien gustaba de pasearse por los dominios de su padre, atemorizando a animales y plantas con sus helados soplidos. Después estaba Escarcha, una joven muy bella pero con el corazón helado como un tempano, gustaba de salir a pasear muy por la mañana, congelando con el roce de sus manos las gotas de rocío. La otra hija del emperador se llamaba Nieve, y era una joven dulce y alegre, con ojos grandes y profundos de sonrisas constantes; era ella quien daba el color blanco a las tierras de sus padres, cubriendo con su frío manto todo aquel paisaje. El último de los hijos del emperador Frío se llamaba Hielo. Hielo era distinto a todos sus hermanos, sus ojos eran azules traslúcidos, casi soñadores y disfrutaba congelando los estanques de agua del palacio invernal.

Un día el emperador Frío hizo llamar a sus hijos. Se estaba haciendo demasiado mayor y alguno de ellos debía heredar el Trono de Hielo, así que les ordeno que partieran y que le trajeran la cosa más hermosa que encontraran en el reino invernal. Aquel que le trajera la cosa más bella sería el heredero del trono helado.

Así pues, los hermanos salieron prestos en busca de la cosa más hermosa del reino invernal. Ventisca partió llevado por un viento tan intrépido como él hacia las tierras del este. Escarcha partió hacia las tierras del norte, tan frías como su belleza. Nieve partió con su manto blanco hacia el montañoso este. El último en partir fue Hielo, que partió hacia las tierras cálidas del sur.
Hielo recorrió las tierras cálidas durante más de dos semanas sin ningún éxito. Temía que sus hermanos hubieran vuelto ya al palacio de Frío llevándole hermosos presentes a su padre mientras él aún vagaba por aquellas tierras extrañas sin encontrar nada. Fue entonces cuando la vio. Una figura hermosa, deslizándose sobre una capa de hielo fino. Hielo observó a la muchacha fascinado. Ella saltaba, giraba y se deslizaba sobre el frágil estanque como si sus pies volaran. El cabello castaño se le alborotaba con el movimiento y los ojos verdes como el mar brillaban de alegría. Hielo no había visto nada más hermoso en su vida.

Sin pensarlo dos veces atrapó los pies de la muchacha en el hielo del estanque y la obligó a ir con él. La muchacha al principio sólo se revolvía y gritaba pero al fin dejó que Hielo la llevara en sus brazos hasta el palacio de su padre.

Sus hermanos ya estaban allí cuando Hielo llegó. Ventisca había sido el primero en llegar y le ofrecía a su padre una espada del mar del este, forjada con los colmillos de morsa, un arma tan mortífera como bella. Nieve había sido la segunda, adelantando a su hermana mayor por solo un día. Le trajo a su padre una corona de cristales de hielo, labrada por las manos de los hombres del oeste, frágil y delicada como un carámbano. Escarcha trajo del norte un manto de Oso Polar negro, el más raro en su especie y que abrigaba de todo frío. Cuando Hielo entró en el gran salón llevando de la mano a la hermosa joven, todo el mundo parecía confundido.

La muchacha se encogía como un ratoncillo asustado tras las espaldas del Hielo, que caminaba firme hacia el trono de su padre. Su padre reclamó en seguida su presente, extrañado ante la acompañante de su hijo. Entonces Hielo se volvió y poniendo una mano sobre el suelo de la sala lo cubrió de una capa de hielo fina y brillante. Volviéndose a la joven con una sonrisa dulce le susurró al oído: “Baila, baila para mi padre, danzarina del hielo”

La corte del emperador quedó fascinada por la muchacha. A pesar del miedo ella se deslizaba, volaba y hacia piruetas sobre la delgada capa de hielo. Todos aclamaron a la joven cuando finalizó el baile y volvió al amparo de Hielo, y este fue nombrado heredero y emperador esa misma noche.

La fiesta de coronación de Hielo duró varias semanas, semanas de fiesta y alegría, en las que el joven emperador y la bailarina se enamoraron. Pronto la joven bailarina quedó embarazada del hijo del hielo y ambos eran dichosos y se amaban de todo corazón. Pero a pesar de todo su amor por Hielo, la bailarina estaba triste.

Añoraba su hogar, su familia y el calor de su casa. Hielo, viendo el dolor de su corazón decidió dejarla marchar con su hijo aún no nacido. Antes de dejarla volver a su hogar, le regaló una joya, un precioso corazón de hielo, que jamás se derretiría y le prometió que todos sus descendientes llevarían su sangre, la sangre del emperador. Y les dejó marchar, llevándose su corazón con ellos.
Se dice que aquel invierno fue el más suave y el más dulce, para que el hijo de Hielo pudiera crecer sano y fuerte. Y cumpliendo su promesa, todos los descendientes de la joven llevaron la sangre del emperador Invernal y sus ojos fueron azules claros, traslúcidos, como el propio hielo. La joven siempre conservó siempre la joya, prometiendo que cuando sus hijos y sus nietos fueran mayores volvería al palacio, con el emperador…”

La abuela Nohr estaba agotada después del cuento, pero los ojitos azules que la observaban parecían querer más y más. Todos se revolvían y cuchicheaban entre ellos, hasta que por fin una de sus nietas alzó su tierna voz infantil

- Abuela, ¿volvió la bailarina con el emperador?- preguntó la más pequeña de sus nietas, la más parecida a ella, la única con sus ojos verdes
- Tonta, es solo un cuento – le respondió hosco uno de los más mayores
- No lo sé, mi vida, quizás decidió quedarse a ver crecer a sus nietos – le respondió dulcemente
- Yo volvería con él, la quería mucho – respondió obstinada la niña
- Quien sabe, quién sabe-

Los niños se fueron a la cama, con muchas protestas y ceños fruncidos, pero obedientes a sus madres. La abuela Nohr se quedó entonces sola en la cocina, viendo como la luna se ocultaba poco a poco entre las montañas. Al alba silenciosa como una gata ,pese a sus cansadas articulaciones, salió de la casa llevando sus viejos patines en la mano.


El sol lucía en el estanque helado, tan brillante como la primera vez que lo vio. Se calzó los patines pesadamente y luego se deslizó sobre el quebradizo hielo. Ya no era tan hábil, ni tan veloz como antes, ahora apenas podía deslizarse. De entre los pliegues de su ropa sacó un pequeño objeto.
Allí estaba, azul y facetado, tan brillante y frío como la primera vez que lo sostuvo en sus manos: el corazón de Hielo. Sus nietos jamás imaginarían que la protagonista de aquel cuento que tanto les gustaba era su vieja abuelita, y si se lo dijera tampoco la creerían, ni falta que hacía. Cada vez que miraba a aquellos ojitos claros y brillantes veía a Hielo en ellos. Él había cumplido su promesa, y todos sus hijos tuvieron los ojos azules, igual que sus nietos, a excepción de la pequeña niña, con los ojos verdes como los suyos.

Oyó un rumor de pasos sobre la nieve y se volvió sabiendo a quien iba a encontrar. Hielo caminaba hasta ella, como lo había hecho tantas veces a lo largo de los años. Había envejecido y ahora le recordaba a su anciano padre. Pero en sus gélidos ojos, ella seguía viendo al joven Hielo, acercándose a ella mientras patinaba en el estanque. Esta vez le tendió la mano, debía ir con él ya. Había visto nacer y crecer a los hijos de ambos e incluso a una docena de nietos, y ahora debía marcharse con él, a ocupar su lugar a su lado en el palacio invernal.

Cuando sus manos se tocaron ya no eran dos ancianos. Sus canas empezaron a desaparecer y su piel se volvió tersa y suave. El tiempo que habían pasado separados pareció disolverse en la nieve y volvían a ser el joven príncipe y la bailarina del hielo, que reían alegremente ante un futuro que parecía infinito.

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Los siete inviernos

lunes, septiembre 07, 2009 Laura.S-P 1 Comments

Los pasos apenas se oían amortiguados por las botas. Jade recorría los largos y angostos pasillos del palacio imperial más sigilosa que una gata. A esa hora temprana, la hora más oscura antes del amanecer, el palacio se mantenía silencioso y dormido mientras Jade se movía rápida por sus galerías.

La estancia en la que entró era más fría aún que las demás y Jade dejó escapar un suspiro que se convirtió en una diminuta nube de vaho. La habitación contaba con una bóveda baja, decorada con pinturas doradas, que se sujetaba en una docena de arcos picudos con columnas en forma de diosas antiguas. La belleza de la habitación podría haber sobrecogido a cualquier otro, pero no a Jade, la ladrona más buscada de Los Siete Inviernos. Allí frente a sus ojos, a menos de dos pasos de distancia se encontraba el tesoro más preciado de Los Siete Inviernos: La espada de los Siete Inviernos.

Era una espada magnífica, tallada en un cristal del hielo de las montañas del sur. Era ligera como una pluma y peligrosa como el mordisco de una serpiente. La empuñadura estaba hecha del mismo material y cubierta de sedas blancas de las Tierras Abrasadas. Aquí y allá en el filo y en la empuñadura aparecían gemas blancas, azules y negras, procedentes de todas las ciudades de los Siete Inviernos.

Cuando Jade la tuvo entre sus manos dejó escapar una risita divertida. Daría todas las joyas de sus robos a cambio de poder ver la cara que se le iba a quedar al Rey cuando fuera a buscar su arma y se encontrara en su lugar un simple y vulgar cuchillo.

Sin perder un segundo más de su preciado tiempo Jade salió corriendo, veloz como el rayo, a través de los pasillos. Cuando ya casi saboreaba la victoria y podía ver la ventana por la que había entrado al final de la galería oyó el estruendo de la loza rota y un grito de mujer y supo que la habían descubierto. Los guardias acudieron a tropel ante los gritos de la criada y pronto Jade se encontró rodeada de una docena de guardias que la gritaban y la amenazaban con sus espadas desenvainadas. Jade se puso en guardia usando la única arma que llevaba encima, la propia espada de los Siete Inviernos, y entonces sucedió lo inesperado.
La espada empezó a moverse como si estuviera poseída, derribando a los sorprendidos guardias uno a uno. Tras terminar con los guardias, volvió obediente a las manos de Jade, que no perdió un momento más y saltó por la ventana mezclándose en la espesura de la noche.
La espada brillaba aún ahí, en la negrura de su guarida y Jade la observaba recelosa. Desde luego era un trofeo grande y lo iba a vender muy alto pero desconfiaba de sus poderes. Aún así estaba cansada y cuando el día nació Jade descansaba ya entre las mantas de su lecho.
Se despertó cuando el sol ya se acostaba y comprobó que la espada siguiera allí y así era, pero tenía un brillo particular, mayor que el día anterior. Era tan hipnótico su brillo que Jade no pudo evitar pasar un dedo por el fijo. La gota de sangre se deslizó, roja y caliente, a través del filo frío y entonces aparecieron.

Siete ancianos, espíritus, frágiles y semitransparentes, que flotaron en el aire alrededor de Jade. La ladrona estaba extasiada y ya empezaba a frotarse las manos al imaginarse el precio que podría sacar de una espada que además de legendaria era mágica.
Los siete ancianos se dieron a conocer como los Siete Inviernos. Habían sido los fundadores del reino y al morir sus almas habían tomado descanso en el filo de la espada. Tales señores, según las leyendas que Jade había oído, además de sabios y aguerridos, eran unos magos poderosísimos. Así era, los ancianos espíritus, una vez despertados, podían cumplir cualquier deseo que el nuevo amo de la espada ordenase.

Jade no cabía en sí de gozo. Con aquellos siete ancianos sus necesidades estaban solucionadas, ya no tendría que robar, ni tampoco tendría que vender esa maravillosa espada. Aún recelosa, solicitó a los ancianos que ante ella apareciera la misma cena que esa noche se iba a servir en la mesa del Rey. Al momento aparecieron en su mesa los más ricos manjares: pavo, jabalí, venado, dulces, salsas, vinos del sur…Jade devoró todo el banquete en un momento y luego dio su siguiente petición: quería tener todo el vestuario de la Reina. Tal como había aparecido la comida empezaron allí a aparecer sedas, pieles, zapatos finos y botas nuevas. Luego pidió criados, una casa nueva, poder, un marido guapo y joven, una camada de perros de caza…siguió pidiendo y pidiendo, pero cada vez se encontraba más y más débil, hasta que al final no podía moverse.
Miró a los ancianos que seguían allí mirándola impasibles y sabios tras sus largas barbas blanquecinas y sus ropas flotantes. Habían cumplido todos y cada uno de sus deseos. Tenía todo y aún quería más, más y más. Entonces pidió su último deseo: quería ser ella la Reina, reinar sobre Siete Inviernos y todas sus riquezas. Tras formular ese último deseo cayó muerta, fulminada, pálida como la nieve y con los ojos hundidos en sus cuentas. Al morir ella todo desapareció, todo el lujo, la seda, el poder, todo.

Al día siguiente el Rey despertó y vio que la legendaria espada estaba a los pies de su cama. Al verla allí sintió como un escalofrío le recorría la espalda. La espada había sido robada muchas veces, pero siempre volvía a las manos de su amo legítimo, el Rey de los Siete Inviernos, pero no sin antes cobrarse su precio.
Los ojos del rey se posaron en la frase grabada en la espada, aquella que si Jade hubiera sabido leer quizás le hubiera salvado la vida: “Por cada deseo un pago de sangre”. El rey volvió a dejar la espada segura en su sala, compadeciendo a aquel incauto que por codicia y necedad, no hizo caso a la advertencia de la espada y pagó su codicia al más elevado de los precios.
FIN

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Seda y escarcha

miércoles, septiembre 02, 2009 Laura.S-P 3 Comments

La historia que subi el otro día iba a ser un prologo de esta, pero al final se acabo alargando. Espero que os guste de todos modos^^

El frío invernal agitó las finas cortinillas del carruaje, haciendo que Iore se arrebujara aún más bajo sus mantas. Llevaban más de tres meses de viaje, y las últimas tres semanas lo único que podía contemplar a través de su ventanuco era un mar blanco. Llanuras y más llanuras blancas, como si las hubieran espolvoreado con vainilla, nada parecido a su país.

Iore había nacido en un país cálido, extremadamente cálido. Allí en invierno la gente se paseaba por las abarrotadas calles disfrutando de los mil aromas de la gran ciudad, y durante las agobiantes tardes de verano, se sentaban bajo sus tejadillos de esterillas a comer delicias de maicena y pistachos y beber té de manzana congelado. Aquella era la vida que Iore conocía. Los palacios de mármol, los suelos con mosaicos, las intrincadas celosías de las ventanas, las sedas suaves que flotaban sobre su piel…pero su padre había decidido enviarla a un lugar muy, muy lejano, donde según había oído de sus tutores, hacía frío todo el año y la tierra estaba cubierta por una sustancia blanca y fría llamada “nieve”. Toda su oposición había sido en vano y su padre la había enviado primero por mar y luego en carromatos hasta aquella tierra tan lejana, que todo el mundo llamaba “el Norte”.

Ninguna de las prendas de abrigo que había traído consigo eran capaces de mantenerla caliente. Aquel frío seco y afilado como un cuchillo, se colaba por todas las rendijas de su lujoso carromato, haciéndola tiritar y maldecir a su padre en susurros.
La famosa nieve tampoco le había parecido nada conveniente. Era fría y escurridiza, y si la mantenías demasiado tiempo entre los dedos, te quemaba como si fuera fuego. Además el paisaje eternamente cubierto de nieve le pareció tremendamente aburrido y soso.

Por fin, tras semanas de viaje agotador llegaron al castillo del Norte. Era una construcción de madera, tosca y fea. Estaba rodeada por una gran muralla de la que cuidaban osos gigantes de pieles grises. Iore se adentró en la fortaleza con el corazón encogido de miedo y desesperanza, pronto había de conocer a quien sería su futuro marido, y después se quedaría encerrada en aquella maldita fortaleza para siempre.

La sala del trono, era una sala enorme, de madera, cubierta con pieles grisáceas y sucias y olía terriblemente mal. Al fondo de la sana había un trono enorme de madera y metal sobre el que se sentaba un oso gris gigante como los que había visto vigilando en las atalayas. Un escalofrío le recorrió la espalda a Iore al contemplar a su futuro marido.

El gran oso se levanto y caminó con pasos elásticos y firmes hacia ella. Al acercarse, Iore dejó escapar un suspiro al darse cuenta de que su prometido no era el oso gris que ella había imaginado, sino que estaba cubierto con una enorme y maloliente piel de oso que le cubría casi por completo. Pero no se había equivocado en lo de gigante. Iore siempre había sido la más alta de sus hermanas, sin embargo aquel bárbaro le sacaba más de dos cabezas.

El gigante se agachó e Iore se encontró de repente sumergida en dos ojos glaucos, grisáceos y fríos. Nunca había visto unos ojos como aquellos, y desde luego nadie se había atrevido jamás a mirar tan directamente a la hija del Sultán, pero ella sostuvo la mirada terca y valiente, y el bárbaro sonrío y le plantó un beso.

Iore estaba roja de ira. Aquel bárbaro apestoso, que ni siquiera se había dignado a dirigirle unas palabras la había besado y luego se había marchado carcajeándose con una manada de guardianes-oso tan apestosos y groseros como él. Después un par de criadas delgaditas y calladas, la habían conducido hasta sus “aposentos”, una sala enorme también de madera, coronada por una inmensa chimenea que crepitaba. Una cama enorme cubierta de pieles de animales la acogió en su calidez.

No sabía cuánto tiempo llevaba dormida, pero cuando despertó él ya estaba allí. Estaba sentado al borde de su cama, observándola con aquellos ojos helados y paseando los dedos por el pelo negro de Iore. Se levantó de un golpe, pero él ni siquiera se movió y siguió mirándola en silencio. Ya no llevaba las pieles puestas, y ahora una mata de pelo rubio, casi blanco le caía trenzado por la espalda desnuda. Iore había visto muchos torsos desnudos, de esclavos y sirvientes, pero ninguno como aquel. La piel era pálida, blanca como la nieve, tatuada de sin fin de monstruos y antiguas cicatrices. Los brazos eran anchos y musculosos, y las manos grandes y fuertes. Sin mediar palabra alguna se acercó a ella y cogió su rostro con una de sus manos ásperas. Iore estaba paralizada y cuando él la besó de nuevo más cálidamente, se dejó llevar un momento. Sin embargo la confusión sólo le duró un instante. Después se desembarazó del bárbaro que la miraba divertido y la perseguía allí donde fuera.

Iore salió corriendo por los pasillos fríos del castillo, buscando la salida. Los guardianes-oso salían a su paso, intentando detenerla, llamándola una y otra vez “hija del Sol”. Al fin consiguió salir de aquel castillo endiablado y maloliente, pero el frío del Norte la atrapó entre sus gélidos dedos.
Andaba renqueante sobre la nieve. La repentina tempestad la había atrapado en su alocada huída del palacio. Estaba sola y medio muerta de frío. Los pliegues de su capa roja de seda estaban cubiertos por finos cristalitos de hielo. Aún en aquellas terribles circunstancias Iore no podía dejar de admirar lo bello que era. Fue lo último que vio, sintió y pensó antes de caer desplomada sobre el frío suelo invernal.

Las voces sonaban en todas partes, y el calor era asfixiante, casi tanto como en las tardes de verano en su tierra. No podía abrir los ojos, hacía demasiado calor, estaba demasiado cansada. El cuerpo le dolía como si hubiera estado días de viaje y cada roce de las sabanas era como una quemazón en su piel. Pero unas manos no la soltaban, no la dejaban hundirse en aquella calidez oscura. La acariciaban y susurraban su nombre mientras le ponían frescor en la frente. Eran un oasis de aguas heladas y amables en medio de un infierno de calor.

Sus ojos se abrieron lentamente, como si hubiera estado mucho tiempo durmiendo. Al principio no sabía dónde estaba, pero pronto el sonido del crepitar del fuego y el tacto suave de las pieles le recordó donde estaba. Se levantó pesadamente, tenía el cuerpo entumecido de la fiebre y el pelo pegado a la frente por el sudor. Al ponerse en pie se sintió débil y estuvo a punto de caer, pero unas manos fuertes la atraparon y la ayudaron a volver a la cama.

El señor bárbaro estaba allí, cubierto con sus pieles de oso y llevándola a la cama como a una niña. La tumbó, la arropó y le paso una mano fría y áspera por la frente. Parecía preocupado, estaba preocupado por ella. Ahora eran los ojos de ella los que no podían despegarse de él. Había sido él quien la había traído de vuelta y el que la había estado cuidando mientras tenía fiebre. Iore se sintió terriblemente culpable y agradecida:

- Gracias- dijo apenas en un susurro. El bárbaro la miro y luego posó un beso fresco en su frente
- Eres bienvenida Hija del Sol – respondió el bárbaro en la lengua de Iore sobresaltándola
- ¿Hablas mi lengua?- era la primera vez que le oía hablar
- Por supuesto Hija del Sol, llevo toda mi vida esperando tu llegada – dijo mientras hundía sus dedos en el pelo azabache de ella
- Pero…yo no te conocía, no sabía de tu existencia-
- No en esta vida Hija del Sol – dijo sonriéndola cálidamente – pero hace muchos años, tú fuiste el Sol y yo el Hielo, fuimos hermanos y amantes – dijo con suavidad mientras ella le observaba fascinada- pero el Gran Señor, celoso de tu belleza, te arrastró lejos, a las ardientes tierras del Verano, lejos de mi – cogió su cara entre sus manos- pero ahora estás aquí para hacer que mi hielo brille de nuevo bajo mi luz- sonrió y la besó nuevamente- bienvenida Hija del Sol-
- Me llamo Iore – dijo en un susurro
- Yo soy Darek, Hijo del Hielo-
- Es un nombre precioso…-
- En nuestra lengua significa “escarcha”-

Iore recordó su capa en el frío, los cristales de hielo, las escarcha cubriendo la seda escarlata y luego clavó sus ojos aceituna en los ojos del hombre, del mismo color frío, con el mismo brillo traslucido y se dejó atrapar por él, por su frío sus pieles y su misterio. Y por una vez pensó, que quizás, el reino del Norte, era hermoso.

FIN

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Los hijos del Sol y el Hielo

domingo, agosto 30, 2009 Laura.S-P 2 Comments

Hola holaaaa!! Ya estoy de nuevo por aqui. Mi verano ha sido largo largo y me costara un poco ponerme al día pero aqui os dejo un relato cortito de mi colección de los cuentos del hielo para ir abriendo el apetito!!

En el palacio de la Montaña de las Nubes vivían los cinco grandes dioses. Sol era la diosa de las tierras cálidas del sur, donde ella con sus rayos calentaba las Tierras de Verano y tostaba la piel de sus habitantes. Agua reinaba en los mares, los ríos y los lagos, acariciaba las costas con su manto y refrescaba a las gentes del calor de Sol. Hielo mandaba en las tierras del norte, el Reino del Frío, los habitantes de sus tierras eran hombres blancos como la nieve que cubría sus hogares. Viento era el rey del cielo y sus habitantes y vagaba por las tierras de sus hermanos agitándolas con su soplo. El Gran Señor era el mayor de todos los dioses y era el encargado de mantener la paz en todo el reino.

El equilibrio entre el poder de los cinco dioses era frágil como el cristal. El Gran Señor estaba enamorado de su hermana Sol, bella y brillante como el astro rey. La procuraba todo tipo de atenciones y cumplía todos sus caprichos.
Pero ella no lo amaba.

Ella amaba a Hielo, su hermano solitario. Hielo era un joven callado y pensativo, al que le gustaba pasear por sus heladas tierras y conversar en susurros con sus pobladores, tan parecidos a él, altos, rubios y blancos como la nieve. El amor era imposible y Sol lo sabía, aún así cada noche soñaba con los ojos azules del joven.

Una noche en la que el gran Señor decidió celebrar un baile para festejar la llegada del solsticio de verano. Se invitó a todos los dioses menores: el dios del fuego, la diosa de las mareas, los señores de las nubes…todos estaban allí disfrutando de la fiesta.

Todos menos Sol que apartada en una esquina jugueteaba con jirones de nubes. Hielo al verla tan sola, fue a sentarse a su lado. Conversaron durante toda la noche y al llegar el alba, cuando todos los invitados partían hacia sus hogares, ellos ya se amaban.

Guardaron su amor en el más profundo de los secretos, pues ambos sabían del amor del Gran Señor por la bella Sol. Aún temiendo los celos de su señor no pudieron mantenerse separados. Todas las noches corrían uno en la busca del otro, aparándose en los brazos del otro, y permanecían abrazados hasta que la llegada del nuevo día le obligaba a separarse.

Pero ese amor secreto no estaba destinado a durar. Pronto Sol llevó en su vientre los hijos engendrados por Hielo y el secreto se hizo lucir. El Gran Señor estaba furioso, los otros dos dioses desconcertados.

El Gran Señor en su ira separó a la pareja. Condenó al padre al exilio, a permanecer durante siete años en sus tierras heladas, mientras que su amada permanecería en las mazmorras del palacio de la Montaña de las Nubes.

Siete años de penuria pasó la pareja separada. Siete años en los que sus hijos nacieron, crecieron, aprendieron a andar y a hablar, sin conocer a su padre ni otro mundo que las paredes de la mazmorra de la torre. Siete años tardó en calmarse la ira del Gran Señor.


Una vez cumplida la condena pudo Hielo volver a su hogar. Conoció a sus hijos, una niña hermosa de piel morena y ojos oscuros como el carbón, y a su hijo, de ojos tan azules y piel tan clara como la suya. Una hija del Sol y un hijo del Hielo.
Mas no había de durar su alegría, pues el Gran Señor, celoso de su felicidad, ordenó que todos los dioses abandonaran el palacio de las nubes y se fueran a vivir a sus respectivos reinos.

Mucho lloraron Hielo y Sol por deber separarse ahora que habían vuelto juntos, y con el corazón en un puño, partieron en direcciones contrarias para no verse jamás. Llevaron consigo al hijo que les era más parecido y comenzaron así el linaje de los grandes reyes que había de reinar sobre las tierras quemadas y heladas, hasta que algún día quizás, reencarnados en hijas del Sol y en Hijos del Hielo pudieran volver a estar juntos.

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"Memoria de pez"

miércoles, julio 08, 2009 Laura.S-P 4 Comments

A pesar de que ya me había despedido hasta septiembre, no he podido resistirme a colgar este relato. Espero que os guste y os emocione tanto como a mí, y una vez más, que paseis buen verano^^

La primera vez que oí la expresión “memoria de pez” fue cuando aún estaba en el colegio. La televisión nos bombardeaba con su cantidad habitual de anuncios, pero hubo uno que llamó mi atención. El anuncio en cuestión decía que los peces tenían una memoria muy corta, apenas un minuto. Mi madre se rió a causa del anuncio en aquel momento y dijo en tono muy serio a mi padre que a ella le gustaría tener memoria de pez y después volvió a reírse. En ese momento me pareció una tontería que alguien quisiera olvidar todo lo aprendido y quisiera volver a aprenderlo todo una y otra vez.
La expresión se volvió muy común, supongo que gracias al anuncio, y ahora todo el mundo iba por ahí burlándose de este o aquel por tener memoria de pez. Yo, como todos los demás, también utilizaba la frasecita del anuncio, pero la frase de mi madre seguía sin tener ningún sentido para mí. Hasta que la conocí y todo cambio.
Gracias a ella quise vivir mi vida intensamente, que cada experiencia fuera una explosión de sabor, color y sentimiento. El olor de la hierba recién cortada era nuevo cada día, fresco, dulce y atrayente. La sensación de la lluvia goteando por mi frente, su sabor, su textura y luego al dejar que el agua caliente de la ducha se llevará poco a poco la esencia salvaje de la tormenta, para dar lugar a una más franca y hogareña.
Pero sobre todo gracias a ella, pude ver lo grande que es el amor. El amor de una madre, de un padre, de una familia, y también el amor de un compañero, incluso, doy gracias al cielo por eso el amor de los amantes. Fue por ella que cada beso se volvió único, dulce, picante, intenso e irremplazable y a la vez efímero. Fue por ella que cada una de las caricias dejó un tatuaje imborrable en mi piel, como si cada vez fuera la primera vez.
Hasta que la conocí no entendí lo que quiso decir mi madre. Yo también quiero tener memoria de pez, quiero vivir los mejores momentos una y otra vez, como si fuera la primera y a la vez la última vez.
Ahora os pido que desterréis de vuestra mente toda idea de ella que hayáis concebido a lo largo de mi relato. Ella no tiene forma, ni color, ni peso, ni esencia. Ella como tal no existe. No, no me toméis por loco, tampoco es una invención mía. Es una persona, que tarde o temprano, todo el mundo conoce. Yo la he mirado a los ojos demasiado pronto, demasiado joven, pero gracias a ella, a su presencia, inexorable y acechante, a mi espalda, he sido capaz de sentir todo lo que os he contado. Es cierto que los oscuros ojos de la Muerte, me han mirado demasiado pronto, pero quizás eso me ha dado la oportunidad de darme cuenta de lo hermosa y frágil que es la vida, y cuanto merece la pena vivirla. Por eso me gustaría deciros a voz en grito y con una sonrisa que tengáis “memoria de pez” y que viváis cada día como el primero, y que jamás, jamás, olvidéis que la vida es el don más preciado y hay que disfrutarlo antes de que sea demasiado tarde.

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El totem de hielo

martes, julio 07, 2009 Laura.S-P 3 Comments

Aquí os dejo otra de las entregas de Las leyendas del hielo, una serie de relatos que empecé a escribir antes de vacaciones. Me temo que esta va a ser la ultima actualización hasta septiembre, por que no volvere a tener internet hasta esas fechas, pero también os prometo que para entonces tendré terminada la historia de Inés&Raúl, que me está dando más quebraderos de cabeza de los que esperaba...En cualquier caso, espero que os lo paseis genial en verano y volver a veros por aqui en septiembre^^


Ella corría desesperada por el bosque. El viento gélido congelaba su apresurado aliento y entumecía sus articulaciones, pero seguía corriendo. Tropezó con una rama oculta bajo el manto de nieve y cayó rodando por una pequeña colina. Estaba aturdida por el golpe y las vueltas, pero aún así se levantó y siguió corriendo, lo que la perseguía daba mucho más miedo que unos golpes y un mareo.

Ya no podía correr más, sus piernas no le respondían. Llevaba horas corriendo por la nieve pero sus hambrientos perseguidores no abandonaban. Había conseguido distraerles un rato colgando su cazadora a un árbol, pero se habían dado cuenta de la trampa pronto y ahora aullaban furiosos y cubrían la pequeña ventaja a grandes zancadas.

Las ramas se enredaron en su pelo y en su ropa hasta que acabaron liberándola de golpe en un claro del bosque. Notaba los arañazos que goteaban sangre por toda su cara y a través del desgarrón de su jersey se colaba el frío, pero había merecido la pena, aquella barrera de árboles nudosos, de ramas intrincadas y afiladas detendrían un buen rato a sus perseguidores. Quizás lo suficiente como para permitirle escapar. Se puso en pie con esfuerzo y avanzó todo lo rápido que sus doloridas piernas le permitían, a través del claro. Fue entonces cuando lo vio.

No entendía como no había reparado en el antes. Una estructura vertical se alzaba como una columna en el medio del claro. Era gigantesco. Se acerco curiosa a la estructura blanquecina olvidándose por un momento de sus perseguidores. Nada más rozarla retiró los dedos sorprendida, sobre sus yemas se había quedado una fina capa de hielo. Era una columna de hielo. Observó fascinada los animales tallados en la columna: osos, lobos, ardillas, peces, alces…toda la fauna de ese bosque estaba tallada en aquel bloque gigantesco de hielo. La mirada de Sara se quedó entonces clavada en el único animal que no conocía. Sara se acuclilló para poder ver mejor al extraño ser. Era una criatura pequeña, de ojos saltones y unos cuernecillos retorcidos. Tenía un dedo sobre los labios como pidiendo silencio. A Sara le pareció un ser muy gracioso.

El crujido a su espalda hizo que Sara se pusiera en pie de un salto. Los lobos hambrientos habían conseguido pasar a través de la muralla de ramas y ahora entraban en el claro como locos corriendo hacia ella. Las piernas le temblaban como si estuvieran hechas de gelatina y no era capaz de moverse, sólo contemplaba como las fieras se acercaban a ella, fauces abiertas, ojos hambrientos, relamiéndose ya del festín que se iban a dar. Sara se pegó mas al tótem, buscando su helado consuelo y notando como las lagrimas cálidas empezaban a deslizarse por sus mejillas. El lobo más rápido estaba a poco menos de dos zancadas. Cerró los ojos.

Un aullido lastimero de un animal le obligó a abrir los ojos de nuevo. Vio que los lobos se habían detenido y gruñían a algo que ella no alcanzaba a ver. Uno de ellos estaba tumbado en el suelo, gimoteando en un charco de sangre. No entendió lo que estaba pasando hasta que sintió la presencia helada a su lado.

El diablillo del tótem, el que estaba pidiendo silencio, era ahora una estatua viva de hielo, que se interponía entre ella y los lobos. A su lado los crujidos se iban sucediendo, y del enorme tótem, se iban desprendiendo animales hechos de hielo que se asentaban junto a Sara. Una ardilla de hielo correteó sobre sus hombros hasta los del diablillo provocándole un escalofrío. Era un espectáculo tan hermoso como imposible y por un momento Sara pensó que estaba soñando. Las criaturas del hielo empezaron a avanzar hasta hacer retroceder a los lobos, que volvieron al bosque entre gruñidos furiosos y atemorizados. Sara levantó la mirada para observar al diablillo, que también la miraba con sus ojos traslucidos y vacíos, aunque Sara estaba segura de que estaba sonriendo.

Poco a poco los animales fueron volviendo a fundirse con el tótem para la desilusión de Sara a la que le habría gustado jugar un rato más con las criaturas del hielo. Al final sólo estaban ella y el diablillo, que sin mediar palabra la cogió entre sus brazos y alzó el vuelo.

Sobrevolaron el bosque a toda velocidad, y en unos instantes estaban aterrizando en la puerta de su casa. Ya se había hecho de noche y las luces anaranjadas del hogar se colaban a través de los cristales. Sara olisqueó la cena que su madre estaba preparando y se dio cuenta de repente de lo hambrienta que estaba. El diablillo seguí a su lado, observándola sin moverse, como si se hubiera vuelto a convertir en estatua. Alguien la llamó desde dentro de la casa, tenía que despedirse ya. Plantó un beso en la fría mejilla del diablillo, que se llevó un dedo a los labios, como pidiendo silencio. Ella lo entendió y asintió con la cabeza. Sería su secreto. Luego echó a correr hacia su casa y hacia el calor de los brazos de su madre.

Sara nunca sería capaz de encontrar aquel claro en el bosque de nuevo, pero el recuero de su peligrosa y fantástica aventura siguió siempre vivo, y lo relató a sus hermanos, hijos, nietos y bisnietos, y estos a los suyos, hasta que la historia de la niña fue pasando de la historia a la leyenda y de la leyenda al cuento:la niña y el tótem de hielo

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La leyenda del palacio del hielo

miércoles, junio 17, 2009 Laura.S-P 10 Comments

Con esta historía me he salido un poco de mis registros habituales, pero espero que os guste^^

Había una vez en un lugar lejano y frío, un reino de hielo y praderas esteparias. En ese reino había un palacio. Era un palacio de torres altas, gigantes transparentes alzándose hasta el cielo al borde de un acantilado. Un lugar entre el mar y el cielo, etéreo, transparente y frío. Los habitantes de este castillo no tenían secretos, eran gente afable que deambulaba de un lado a otro del castillo, deslizándose sobre sus patines, levantando suaves olas de escarcha y crujidos dulces en los suelos de los pasillos.
Como en todos los reinos, había un rey, en este caso una reina. La reina era una joven dulce y aparentemente feliz, que como todos los habitantes de este reino jugaba entre las estatuas de hielo y las traslucidas paredes del castillo. Era una reina feliz para un reino feliz.
Sin embargo, ni siquiera en un mundo tan feliz, todos podían serlo. Nuestra princesa, que tan alegremente correteaba durante el día por los pasillos, por la noche se escapaba de su habitación a hurtadillas y se escabullía hasta el tejado de la más alta de las torres. Desde allí contemplaba la luna, la blanca y hermosa luna, única amante de sus noches de soledad. Era a la luna a quien contaba sus pesares, sus pérdidas y sus añoranzas. Y la luna, paciente y maternal, escuchaba todos los días a la pequeña princesa contarle sus desvelos, y una noche, apenada decidió mandarle a la princesa un compañero. Era un hombre hecho de polvo de estrellas que sólo duraría una noche, pero que, siendo como era hijo de la luna, amaba a aquella princesa tanto como el astro que le había dado la vida. Y durante una sola noche, el hombre hecho de polvo de estrellas y la princesa, fueron amigos, esposos y amantes, deshaciéndose al amanecer el hombre en polvo brillante entre los sedosos cabellos de la princesa.
Aquella noche fue robada, un secreto para todos los habitantes del castillo. Sin embargo pronto ese secreto tan preciadamente guardado fue expuesto. El vientre de la princesa se hinchó mes tras mes a la vista de los habitantes del palacio, hasta que en la novena luna nació una niña. Era una niña preciosa, de cabellos albos como su madre y una piel tan pálida y brillante que parecía estar hecha del más fino de los metales. El corazón de la princesa estaba por una vez rebosante de alegría, la niña era el recuerdo vivo de su gran felicidad y de aquel hombre que tanto había amado por una sola noche.
Tristemente, no todos en el palacio estaban tan gloriosos con el nacimiento de la nueva princesa, y pronto los rumores empezaron a expandirse. Las palabras envenenadas se transmitieron como una llama en la pólvora, hasta que por fin se produjo el estallido. Todos clamaban saber la identidad del padre, no podía haber secretos en un palacio hecho de paredes tranparentes. Nadie creyó a la princesa cuando habló de la luna y del hombre de polvo de estrellas y pronto los fríos ojos de los habitantes invernales, acusaban a la princesa, y las manos, de pronto celosas y anhelantes de poder, buscaban con fiereza su bien más preciado. La princesa huyó, huyó por los pasillos gélidos y amenazantes del palacio, pero allí no había donde esconderse. Al final huyo a su lugar secreto, a la más alta de las torres. No había escapatoria. La multitud se acercaba vociferante, clamando por la niña. La princesa con una última mirada llena de lagrimas hacia la luna, saltó por la ventana.
Entonces la luna, piadosa del cruel destino de la princesa y su vástago, antes de que estas cayeran al gélido mar, las convirtió en estrellas. Miles de pequeñas y brillantes estrellas, como si fueran polvo, que se grabaron en el cielo negro sedoso adornando a la pálida luna. La luna, furiosa con los habitantes del hielo, echó abajo sus altas torres, redujo a polvo fino las paredes de su hermoso palacio y los condenó. Los condeno para siempre, para que no pudieran jamás volver a moverse grácilmente sobre el hielo. Les condenó a vivir en el mar y a ser torpes en la tierra, los convirtió en pájaros incapaces de volar, para que nunca jamás pudieran acercarse a la princesa y su hija, que desde entonces adornan cada noche el cielo como un magnifico camino brillante.

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La estatua de hielo

miércoles, junio 17, 2009 Laura.S-P 5 Comments

El suelo de mi habitación está frío, lo noto contra mi mejilla. El ambiente es cálido, una noche de principios de verano. Por un momento los coches se silencian en la avenida y observo el techo negro de mi habitación. No puedo dormir, mis pensamientos revolotean como mariposas enjauladas que no me dejan descansar. Mordisqueo la cadena que llevo al cuello para calmar mi inquietud. Me gustaría que desaparecieras por un momento de mis pensamientos, poder descansar esta noche.
Tú, siempre tú. Eres como una estatua de hielo en medio del verano. Si me acerco a ti, eres fresco y dulce, un alivio dentro del abrasante infierno de la ciudad, pero no puedo quedarme a tu lado, no puedo acariciar tu piel congelada, porque me quedaría pegada a ti, sin poder alejarme mientras tu hielo quema mis dedos. Esa es la sensación que tengo, ahora y en todo momento, siempre me alejas, si me acerco me quemo y si me alejo, siempre quiero volver a ese lugar fresco y dulce a tu lado. Querer es un verbo difícil, la añoranza no es un sentimiento fácil y el dolor es amigo de los dos. Y yo te quiero, te añoro y me duelen tus heridas, las que sin pensarlo me infringiste, aquellas que me hacen ese daño dificil de olvidar, facil de curar. Ojala lo entendieras de verdad y por una vez pudieras darme lo que yo más ansío...pero sé que no será así, por que las cosas son lo que son y nunca será de otra manera, lo unico que queda esperar es la dura batalla entre el corazón y la sensatez, que yo observo inmovil sobre el suelo, mientras el mundo detrás de mi ventana vuelve a ser palpitante y ruidoso. Buenas noches

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Un lugar a tu lado

sábado, junio 06, 2009 Laura.S-P 4 Comments

Para Álvaro, por lo que eres para mi
A veces, cuando miro por la ventana y cuento las gotas de lluvia en mi ventana, que son tantas como las horas que llevo sin verte, pienso que te añoro, que si la noche fuera más corta y los días más largos, robaríamos horas a la impávida luna, horas que pasar en el parque, dejando que el sol ilumine tus ojos, tan llenos de secretos como los míos.
No te lo digo tanto como debiera, pero eres especial. En los momentos oscuros, en los que me siento sola, agotada y sin fuerzas, cuando siento que mi lugar en el mundo desaparece, me consuelo y pienso, aún insegura, que al menos tengo un lugar cálido. Ese pequeño lugar donde me refugio cuando todo lo demás falla. El silencio a veces es mi mayor tortura, el tuyo a veces, otras tantas el mío, pero lo respeto porque sé que después de los silencios angustiosos llegaran otros más lentos, más dulces y pacientes que se cuelan entre nosotros y todo lo demás y nos hacen fuertes, nos hacen uno. Y tú me miras con esos ojos, que derrumban todas mis murallas y abres poco a poco los goznes oxidados de mi corazón y lo abres todo para ti y lo acaricias dulcemente, con palabras casi burlonas y susurrantes.
Por todo esto y más quiero estar a tu lado, todo el tiempo que me dejes, y todo el que me gustaría, pero no quiero mirar al futuro, sólo al presente, porque cada minuto a tu lado es el momento más precioso.

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Emily

jueves, junio 04, 2009 Laura.S-P 3 Comments

Ultimamente estoy actualizando mucho, pero es que estoy inspirada y quiero aprovecharlo. Esta historia que voy a colgar es del estilo de la del otro dia que colgue, más en mi vena gore. Esta se la dedico a Laura, que siempre me anda pidiendo alguna de este tipo. For you Lau^^

Amor. A-M-O-R. El amor…Los enamorados…Enamorarse…
Lanzo la enésima bola de papel contra la ventana y rompo el último lápiz que había en la caja. Nada no me sale nada, estoy completamente seca. Hace demasiado calor. Por la ventana no veo más que parejitas haciéndose arrumacos en el césped. No saben lo que es el amor de verdad, y lo peor es que sus gorgoritos y palabrejas cursis no me dejan escribir. En el horizonte el sol se va desvaneciendo en un sinfín de tonos rojizos anaranjados y amarillos. Se oyen algunos “ohs” y “ahs” pero yo lo veo francamente horrendo. Es como si el cielo, el bonito cielo azul, hubiera decidido volverse una mariposa cursi multicolor para que todos esos idiotas la adoraran. En cuanto cae la noche cierro los ojos y dejo que Emily salga.
Emily es mi alter ego.
- “Vaya así que estamos otra vez en dique seco ¿no?”-
- Me temo que si Em –
- ¿Por qué te empeñas en escribir esas cursiladas si no se te da bien?-
- Porque el amor es lo máaaaas bonito del mundo-
- No, y lo sabes, no existe, admítelo-
- Jamás-
- Bueno, no voy a meterme con tu personalidad de princesita-
- Ya sabes que tu eres mi única doble personalidad Em no te piques- gorgojeo
- Ya ,ya – noto que se relaja- ¿y qué vamos a hacer con el dique seco?-
- Estaba pensando en salir a jugar un rato-
- Vaya- ella también se relame ante la perspectiva- eso ya va sonando mejor
Voy silbando hasta el armario, pasando primero por la puerta y comprobando que el cerrojo está bien echado. Luego abro la puerta del armario y rebusco entre la ropa color rosa hasta que encuentro el cajón secreto. Emily da botecitos de satisfacción ante la vista del cajón. La dejo que tome el control un rato. Acaricia la ropa de color negro, los tejidos de cuero y el roce frío y afilado del cuchillo. Está eufórica, se muere de ganas por salir a jugar, pero la contengo un poco mientras me visto minuciosamente asegurándome que ni siquiera un milímetro de piel quede al descubierto. Me sonrío y me guiño el ojo satisfecha en el espejo. Ahora ya podemos salir.
Me escabullo por la puerta de atrás de la residencia, bajo por la escalera de metal sin hacer el mínimo ruido. Soy una sombra glamurosa y minúscula que se mueve por la escalera metálica. Me coloco junto al alfeizar de la ventana e intento no mirar abajo, dejo que Em tome el control, ella siempre ha sido la más ágil de las dos. Se mueve como un gatito ronroneante que espera recibir un trozo de pescado.
Ya estamos en la habituación. Nuestras presas están tan entretenidas rebozándose, comiéndose y repitiéndose una y otra vez lo mucho que les gusta lo que están haciendo y lo mucho que se quieren que ni siquiera se han dado cuenta de que estamos allí. Son una de esas parejitas que se creen que lo saben todo sobre el amor, y parece que tienen el estómago lleno de “te quiero” porque no paran de vomitarlos a todas horas como si les dieran acidez o algo de eso. Emily lucha enfrevecidamente por salir mientras yo le observo empujándose el uno al otro entre gemidos gruñidos e intercambio de jugos. Es un espectáculo tan grotesco como fascinante. Emily me recuerda con voz dulzona la novela que he dejado a medio terminar encima de la mesa y accedo a dejarle el control. Nos embebemos las dos en la tarea. Primero la matamos a ella. Interrumpimos su loca cabalgada para atravesarle el cuchillo por debajo de la oreja. Sin pararnos a disfrutar con el sabor de la sangre que ha empapado nuestros labios nos deshacemos de él. Pobrecillo, apenas se da cuenta, está tan apasionado metiendo y sacando esa cosita dentro de ella que no se ha dado cuenta de nada hasta el último momento, cuando le atravesamos el cerebro a través del ojo. La luna, morbosa compañera, decide darme una vista mejor de mi obra. Hay sangre por todas partes. Gloriosa tinta de amor empapando las paredes de estos profanos y sus múltiples fotos. Acaricio con suavidad sus caras de felicidad congelada. Deberían estarme agradecidos, los he matado en un momento en que los dos se sentían satisfechos y eran felices, no muchos son capaces de decir lo mismo. “No saben apreciar nuestra amabilidad” sisea Emily en mi mente, que está saboreando el regusto férreo de la sangre. Odio que haga eso, yo adoro el color la textura y los dibujos que crea la sangre fresca, pero su sabor me repugna, es tan vulgar como chupar un tornillo. Emily ríe ante mi comparación, pero no cesa su tarea y yo me dispongo a ayudarla. Primero los separamos con cuidado de no desperdiciar el valioso contenido de esos frascos apestosos y mojados. Luego, tras la seguridad de los guantes, retorcemos la “cosita” del frasco varón hasta arrancársela. Es algo totalmente antiestético, está mucho mejor sin ella convenimos. Luego vamos hacia ella, la sangre de él no nos interesa, demasiadas hormonas, pero ella, ella es hermosa. La sangre gotea por su cuello como una fuente de juventud, en contraste con su piel pálida ante la luna, sus ojos, desenfocados para siempre por el orgasmo, reflejan también la pálida luz de la luna y están ribeteados de un rojo magnífico. Nos ponemos manos a la obra.
En menos de veinte minutos hemos terminado nuestro cometido. Volvemos a poner el cuerpo encima del hombre, que ha impregnado las sabanas con un rojo pardusco un poco vulgar pero que gana cualidades sabiendo cual es el tinte. Es una escena magnífica, los dos amantes abrazados castamente para siempre, sobre un manto sangriento iluminados por la morbosa luna. Siento que la inspiración vuelve poco a poco. Y mientras subo las escaleras dando saltitos me permito tararear un poco. Emily me reprende, debemos ser silenciosas, pero estoy tan feliz, que no puedo evitarlo.
En cuanto llego a la habitación me deshago de la ropa, prendiéndola fuego en la papelera, guardo minuciosamente el cuchillo de vuelta en su escondite, y desnuda, disfrutando de la sangre que sigue pegajosa en mi cara, vierto el preciado contenido de nuestra escapada en un tintero de cristal y mojo la pluma de punta metálica, solo un poquito para no desperdiciar, y garabateo en un rojo perfecto y hermoso en la primera pagina de mi nueva novela:
“El amor era como una bella noche de luna llena entre sabanas rojas”

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