el juego (Parte 2)
Mientras corrĆa por las calles inundadas a toda velocidad, aĆŗn resonaban en mi mente sus palabras, el aroma de su cigarrillo, el humo flotando a mĆ alrededor como una tela grisĆ”cea muy fina.“El nudo de mi garganta casi no me dejaba respirar y el escozor de los ojos me decĆa que las lagrimas no tardarĆan en llegar. Ćl se habĆa quedado en silencio tras mi estrangulada pregunta. Apagó el cigarrillo sobre uno de los ceniceros y salió de las sombras. No pude vislumbrar mucho, solo una piel morena, unos labios finos rodeados de una barba de pocos dĆas, negra y espesa. De sus ojos solo intuĆ un destello, que se coló bajo la oscura ala de su sombrero. Ese destello me erizo el vello de la nuca e hizo que de mi boca se escapara un suspiro involuntario. Ćl sin percatarse de los cambios sufridos por mi estado de Ć”nimo volvió a hablar con su magnĆ”nima voz:
- En nuestro juego hay trece cartas, trece pruebas, trece escalones, trece pistas que te llevarĆ”n hasta el final – volvió a ocultarse bajo las sombras – en cada una de las cartas habrĆ” un reto y una pista que te llevarĆ” a la siguiente –
- Y si no las encuentro todas –
- Todo se quedarĆ” como al principio y sólo habrĆ”s perdido unas mĆseras horas de tu desdichada vida – el metal frĆo de sus palabras se hundió agudo en mis heridas – pero si acabas, tu vida cambiarĆ”, te lo prometo –
Asentà aún temerosa, las manos heladas por el miedo y el corazón palpitante de una esperanza casi suicida. La sonrisa se oyó en su voz cuando me dio la primera pista:
- Esta llave abre la segunda pista, es una de las taquillas de la estación. Corre –
Y yo obedecĆ. Ahora estaba perdida en medio de una gran estación llena de gente. Todo el mundo cargaba grandes maletas de todos los colores, se encontraban con viejos conocidos e incluso algunos niƱos correteaban alrededor de sus padres enfundados en chubasqueros multicolores. Yo parecĆa una mancha gris y triste en medio de todo aquel colorido y aquella felicidad, pero en ese momento no me importó. Solo buscaba desesperada la taquilla 138 donde me esperaba la siguiente pista.
Sin embargo, por mĆ”s que preguntĆ© nadie conocĆa dicha taquilla. De hecho todos los trabajadores a los que preguntĆ© me miraron extraƱados y declararon con miradas de incredulidad que en la estación solo habĆa 130 taquillas y que por lo tanto la que yo estaba buscando no existĆa.
Rendida me sentĆ© en el suelo, apoyando la espalda desafiante contra la taquilla 130 y preguntĆ”ndome por primera vez, si aquello no serĆa mĆ”s que una broma absurda y cruel y yo nada mĆ”s que una tonta que habĆa en ella sin pensar.
No sĆ© cuanto tiempo pasĆ© mirando el techo acristalado de la estación, pero cuando volvĆ, Ć©l estaba mirĆ”ndome, apoyando la barbilla sobre las manos y estĆ”s sujetas en el mango de una vieja fregona. TenĆa ojillos pequeƱos, azulados, casi ocultos por un millar de arrugas que rodeaban sus ojos. Al mirarle sonrió y todas las pequeƱas arrugas se unieron para dar paso a una sonrisa, blanca y sincera:
- ¿QuĆ© hace ahĆ sentada jovencita?- preguntó su voz cascada
- Buscar una taquilla que no existe- respondà lacónica
- Vaya y si no existe ¿por quĆ© la estĆ” buscando?- preguntó con genuina curiosidad
- Por un estĆŗpido juego – dije resignada
El hombre calló unos instantes muy largos y luego con una voz completamente distinta, como si hablara de algo muy importante, se inclinó y murmuró:
- ¿No buscarĆ” usted la taquilla 138, verdad? –
Parpadeé incrédula y me limite a asentir con la cabeza. La sonrisa del anciano, se amplió un poco, haciéndose mÔs picara y juvenil. Entonces alargó la mano para ayudar a levantarme.
Su mano era Ć”spera, llena de arrugas y callosidades que hablaban de aƱos de trabajo. Al verle de cerca me pareció que debĆa ser casi tan viejo como la estación. Su pelo tenĆa el mismo color grisĆ”ceo que las vigas de hierro y sus ojos el azul celeste de las antiguas marquesinas. El propio anciano parecĆa parte de la estación, y asĆ se movĆa por ella.
ConocĆa todos los pasillos, las puertas ocultas, las horas de llegada de los trenes las baldosas que sobresalĆan. Todo.
Me llevó por lugares casi vacios, aquellos donde la gente no llegaba y por fin a una sala pequeƱa, parecida a un invernadero, con dos de sus paredes acristaladas y otras dos cubiertas por intrincados dibujos de azulejos. En el medio, iluminadas por la escasa luz del cielo plomizo, habĆa unas taquillas.
Eran mucho mĆ”s antiguas que las que habĆa visto antes. Estas eran verdosas, con grandes manchas rojizas de oxido y algunas de otros colores debido a la suciedad y al desuso. Me acerquĆ© a ellas casi corriendo ante una divertida risotada del hombre.
La taquilla 138 estaba casi escondida, en un lateral. La mĆ”s pequeƱa parecĆa quererse separar de sus ajadas hermanas. Era la menos deteriorada, verde por todas partes y con un tacto suave. Me volvĆ hacia el anciano interrogante que me dedicó otra de sus enigmĆ”ticas sonrisas.
Con las manos temblorosas conseguĆ sacar la pequeƱa caja que habĆa en el interior. ParecĆa tan antigua como la taquilla o como el limpiador que me observaba en silencio, sin embargo estaba limpia, no habĆa nada de polvo sobre ella como si la abrieran cada dĆa y alguien se encargara de limpiarla. Dentro habĆa una foto y una entrada de cine para la sesión de las cinco.
La foto era en blanco y negro, amarillenta por los bordes. La chica que miraba desde ella sonriendo, tenĆa los ojos grandes y negros y estaba abrazada a un joven guapo y altivo que la sonreĆa a ella tambiĆ©n:
- Era mi esposa – dijo de repente el anciano sobresaltĆ”ndome – cuando Ć©ramos muy jóvenes – hizo una pausa y me dedicó una sonrisa melancólica- murió el aƱo pasado –
- Lo siento – fue lo Ćŗnico que pude decir
- Oh no, no lo sientas, fuimos muy felices, nos querĆamos mucho, solo que tuve que dejarla marchar – no habĆa dolor ni desesperanza en sus palabras solo aƱoranza de su amor.
- ¿Y cómo vive usted sin ella?- sonó agudo y desesperado por que la pena volvĆa a aferrarse a mi garganta.
- Oh querida, no llores – se acercó a mĆ y recogió la lagrima con su pulgar – algunas personas nos dejan antes de lo que nos gustarĆa y eso hay que aceptarlo y seguir viviendo, a ellos no le gustarĆa vernos llorar ¿verdad?- asentĆ sin poder decir nada y le tendĆ la foto – no querida no, quĆ©datela, yo tengo muchas, ademĆ”s asĆ te acordarĆ”s de mi cuando la veas – le abracĆ© sin poder evitarlo y Ć©l me acarició la cabeza con ternura – el juego en el que estĆ”s es muy doloroso pequeƱa, pero cuando termines, todo parecerĆ” nuevo – dijo apartĆ”ndome de Ć©l y sonriendo de nuevo – y ahora corre o no llegarĆ”s a la pelĆcula-
Obediente salà corriendo de allà alejÔndome de allà con tres de mis pruebas ya en el bolsillo y el corazón mÔs ligero.
3 suspiros:
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