Las líneas del corazón

miércoles, octubre 06, 2010 Laura.S-P 4 Comments

El día era horrible, absolutamente horrible. No había ni una sola nube en el cielo, el calor era agradable y olía a césped recién cortado. A mi todo eso me hacía un nudo en el estómago y me daba ganas de vomitar.
Nada más salir de clase me puse los cascos, con Rammnstein sonando a todo volumen, para no oír el alegre parloteo de la gente y distraerme lo suficiente para no ver a los enamorados primaverales, que se besaban y abrazaban en el césped bajo el sol de Mayo.
No quería que nada de eso estuviera pasando, preferiría que el día fuera gris y oscuro, que el césped estuviera encharcado, porque si dentro de mi todo estaba tan roto y magullado ¿por qué el exterior era tan hermoso? No, no era justo, nada había sido justo, normal o alegre en las últimas semanas.
El tren llegó a su hora y esa monotonía, esa rutina, me infundió algo de ánimo. Al menos había algo que no cambiaba que no cambiaría repentinamente, dejándote devastado e inútil.
En el vagón viajaban apenas unas diez personas. Era pronto y en los primeros días de la primavera, después del largo invierno, la gente acostumbraba a quedarse descansando un rato en el césped, hablando con los amigos y discutiendo lo cerca que estaban los exámenes y lo pronto que tendrían que ponerse a estudiar. La dulce alegría de la ingenuidad. Mis amigos, preocupados por mí supongo, habían insistido para que yo también me quedará pero rehusé con una sonrisa y algunas bromas. Me sentía tan solo en mi dolor que no quería que ellos rozaran siquiera esa sensación.
El paisaje pasaba a toda velocidad por las ventanas. El mismo paisaje cada día, en cada viaje, otro pequeño atisbo de normalidad que tranquilizó mi inquieto corazón.
Apagué el reproductor de música y dejé que el silencio atronador me envolviera, y que el ligero traqueteo del vagón me arrullará un poco. Quizás si me quedaba dormido no sentiría mi vacio.
Sin embargo, no todo era silencio. Me di cuenta al poco, cuando se fue pasando el efecto del exceso de volumen en mis oídos. Si prestabas atención se podía escuchar un sollozo suave, casi un hipido. Busqué con la mirada por el vagón y de pronto vi que había una chica sentada frente a mí en el vagón.
Ella también iba sola. Sujetaba, más bien estrujaba, un pañuelo empapado de lágrimas en su puño. El pelo castaño, muy largo, se había quedado pegado a los mofletes en una maraña húmeda y pegajosa. Cuando ella levantó la mirada nuestros ojos se encontraron.
Vi en su mirada el mismo dolor que veía en la mía. En sus ojos gris acero vi que ella también sufría, que su corazón estaba roto como el mío. Sentí que su soledad era uno con la mía y el nudo de mi estómago se hizo más tirante para luego aflojarse poco a poco.
Con la valentía que sólo puede exhibir un extraño, me levanté de su asiento y me senté a su lado ofreciéndole un pañuelo. Ella sonrió, débilmente con los labios aún temblorosos por las lágrimas. Yo le devolví la sonrisa, algo cohibido porque ni yo mismo sabía lo que estaba haciendo, pero no me iba a mover de allí.
Cuando se hubo secado las lagrimas y sonado la nariz un par de veces, agachó la cabeza hundiéndola entre las manos y dijo con la voz aún temblorosa y cortada:
- Me ha dejado…y duele…mucho –
Yo tenía razón. Lo que yo había sentido al mirarla a los ojos era cierto, ella estaba tan abandonada como yo. Éramos dos personas a las que les habían arrancado un trocito de su alma, pero que sorprendentemente aún andábamos, hablábamos, comíamos y sentíamos. Le puse la mano encima del hombro y ella alzó la cabeza con un respingo:
- Si, duele muchísimo, pero tarde o temprano se pasará –
Cuando lo hube dicho en voz alta me di cuenta que llevaba razón. Llevaba tanto tiempo lamentándome en mi dolor que no me había dado cuenta que poco a poco la herida se iba cerrando. Yo había amado, había sido amado y me habían despreciado. Empezó tan repentinamente como terminó, pero yo no me arrepentía. No tenía por qué hacerlo, sólo tenía que superarlo. Ella pareció comprenderlo también y esta vez sonrió de verdad y sus ojos se iluminaron un poco.
Recuerdo que aquella tarde recorrimos la línea entera, muchas veces hablando, otras muchas en silencio. Fue maravillosamente extraño. Ella sonreía y yo notaba como el peso de mi corazón se iba haciendo más ligero con esas sonrisas y veía que la tristeza de ella también se hacía menos espesa.
Al despedirnos la besé en la frente. Como todo en aquel viaje fue improvisado y sincero. Ella pareció confusa al principio pero luego sonrió de nuevo para mí. Era la sonrisa de una amiga, de una compañera de soledad. Se despidió con la mano y se marchó.
Podría deciros que no volví a saber de ella y que no la volví a encontrar y que aquel fue el mejor viaje de mi vida…pero os diré la verdad.
La verdad es que salía cada día corriendo de clase para coger ese tren esperando que ella estuviera allí. Esperando volver a verla. No sé lo que esperaba de verdad, quizás solo verla sonriendo al hablar con alguien o ver esos ojos grises sin tanta tristeza.
Los meses pasaron, pasaron los exámenes, el verano y el comienzo de curso y yo empecé a olvidarme de ella. Se convirtió en un recuerdo precioso, en algo que se atesora y se guarda.
Era un día como cualquier otro, yo con mi música taladrándome los oídos, el traqueteo rítmico del vagón y la cabeza llena de cosas que hacer. Seguro que habéis sentido alguna vez ese hormigueo en el cuello, cuando alguien os mira. Eso es exactamente lo que sentí yo, seguido de una sensación de vacío en el estómago. Ya sabía lo que iba a encontrar cuando me diera la vuelta.
Sus ojos grises me miraban ahora brillantes, traslucidos, llenos de luz propia. La garganta se me quedó seca cuando ella sonrió. Tanto tiempo buscándola y ahora no sabía qué decirle. Las palabras más torpes salieron de mi boca:
- He estado buscándote – dijo mi lengua de trapo mientras su sonrisa se ensanchaba.
- Lo sé – ella puso su mano suave sobre mi cara – Ya no duele –
No dijo nada más pero fue suficiente. Entendí que ella había estado curándose, al igual que yo, esperando al momento en que el corazón dejara de doler y estuviese listo para otra aventura hacia lo incierto. Ambos estábamos preparados para esa aventura, comprendí mientras besaba sus labios y daba el pistoletazo de salida hacia lo genuinamente incierto.

FIN

4 comentarios:

  1. Echaba mucho de menos tus escritos! :D Y este, como todos, me encantó!
    Besos y espero que todo este bien :)
    P.D: no sé si lo sabes, pero me cambié de blog, pásate por este nuevo ^^ http://losrecuerdosdelbaulolvidado.blogspot.com/

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  2. Way!!!!
    Esto si me gusta... jejeje
    Es super bonito y me ha recordado a aquellos diarios que escribias antes jeje
    Sigue así que me gustan mucho ejej
    Un besito wapaa!!!!
    Muaaaa

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  3. Esta chula la historia. Me gusta eso de que las cosas vengan cuando tienen que venir =)
    Por cierto, felicidades, tocaya xD

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Los comentarios me animan mucho a seguir escribiendo, asi que, si os gusta, comentad^^