La Golondrina

miércoles, julio 06, 2011 Laura.S-P 0 Comments

Llegó a mí el día más lluvioso de una primavera gris. Su vuelo grácil rodeó mi ventana hasta posarse en mi alfeizar. Sus alas estaban húmedas y algo desplumadas y su cuerpecillo temblaba entumecido por el frío. Se oían retumbar los truenos contra el cielo gris marengo, y con cada uno de ellos la golondrina se acercaba más a la ventana, intentando atrapar algo del calor que había dentro.

No pude resistir la triste mirada de sus pequeños ojos negro y abrí la ventana. La lluvia y el pájaro entraron en mi cuarto como un vendaval terrible. Me apresuré a cerrar la ventana mientras la golondrina daba vueltas y vueltas por el techo de mi cuarto hasta posarse encima de la lámpara.

Desde allí observó curiosa como yo me desprendía de mi jersey, que se había empapado intentando cerrar la ventana y cómo desaparecía por la puerta para volver con un jersey seco y algo de maíz dulce para ella en n plato.

Era una golondrina muy curiosa y sin nada de recelo se lanzó desde su privilegiada posición sobre mi lámpara en busca del manjar dulce que había en mi plato. Comió de él y luego como si de viejos amigos se tratara se posó en mi hombro y me miró con sus pequeños ojitos agradecidos, antes de volver a su improvisada atalaya en mi lámpara.

Aquella primavera tuvo multitud de días lluviosos, y todos ellos los pasó la golondrina sobre mi lámpara, observando la lluvia caer bajo un improvisado nido de trapos viejos.

Yo, en mi soledad, apreciaba la compañía de aquel pajarillo que todos los días me saludaba al llegar con sus alegres trinos y compartía conmigo platos de maíz dulce y chocolate frente a una ventana fría y húmeda.

Al fin la gris primavera terminó y dio paso a un verano verde y cálido como el que no se recordaba en muchos años. Entonces mi alegre compañera comenzó a mirar cada vez con más tristeza por la ventana, viendo como sus alegres compañeras canturreaban de acá para allá con su vuelo rápido y sagaz. Yo entendí entonces que era momento de dejarla ir, y con mucho pesar abrí la ventana de su libertad. Al principio se acercó ella dubitativa, con sus negros ojos mirándome con gran tristeza, pero cuando una bandada de sus compañeras pasó rozando el dintel, no dudo en abrir sus alas al viento y salir volando tras de ellas. Yo la vi marchar, con el pesar en el corazón de quien pierde a un amigo y abracé a mi conocida soledad de nuevo.

Las hojas de los árboles ya llevaban sus ropajes más otoñales cuando oí aquel repiqueteo en mi ventana. Primero pensé que era sólo mi imaginación, que cruel jugaba conmigo, pero tras el segundo repiqueteo vi que no era otra sino mi valiente compañera que volvía a mi ventana para pasar el frío invierno junto a mí. Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando ella entró en vuelo triunfante a posarse sobre su nido, aún sin deshacer, y sonreírme con aquellos ojos pequeños y brillantes. Ninguna de las dos volvería a estar sola.


Este relato está inspirado por dos de mis refranes favoritos: "Una golondrina no hace verano" y "Si amas algo déjalo marchar, si vuelve será tuyo para siempre".

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