El silencio se amontona en mis oídos.

 La habitación se desdibuja a suaves brochazos, mientras la sangre golpea por mis venas al son de tambores embravecidos.

El valor, quizás sólo la adrenalina, hormiguea por mis manos, haciéndolas temblar.

El impulso me electriza, no soy mas que hierro, atraído por ese fascinante imán que es tu mirada.

Mi aliento, entrecortado, se cuela por mis labios, entreabiertos, expectantes…hambrientos.

Un impulso más y me ahogo en la profunda negrura de tus iris, que me atrapan, mucho antes de que tus labios atrapen el fino suspiro que es mi aliento.

Las pulsaciones se aceleran tanto que no son más que un sordo rumor en el umbral de mi casi extinta cordura.

El calor que desprenden tus labios recorre mi mandíbula, pasa susurrando bajo mi oreja y se pierde en mi nuca, envolviendo lo que queda de mi pensamiento en
 nubes de fino algodón.

El tacto, apenas el roce, de tus dedos, ya no lo sé, quizás son los míos,  enredándose sobre la nuca es tan eléctrico que casi puede ver las chispas volando a nuestro alrededor y prendiendo fuego, como el que hay bajo mi piel, a toda la habitación.

Me pierdo en el tacto de tu piel…

Entonces la conciencia, oh maldita sea, vuelve a mí, como un mazazo en mis sentidos y me aleja de ti.

Cuando nos separamos mi aliento no es más que un acalorado testigo del rubor de tus mejillas y del temblor, que me recorre el cuerpo y me atenaza el habla…

El momento ha pasado y en mi cerebro los pensamientos, pesarosos, comienzan a deshacer sus finos nidos de algodón. El calor de mi nuca ahora es frío, casi dolor.

Mis labios, aún hambrientos, se recrean, intentando preservar la suavidad que momentos antes sólo llegaron a rozar.

La lengua, oh dichosa, aún se relame ante el placer prohibido, que sabe dulce, como a nubes de azúcar y que hace que las mariposas de mi estómago vuelen enfebrecidas.

Nos miramos pero no decimos nada. Sonreímos porque lo entendemos todo.

Quizás en otro lugar…en otro momento…en otra vida…

…Buscame…