El comprador de historías
En realidad esta historia es vieja, pero después de leerla me di cuenta de que no le había sacado todo el jugo... asi que aqui está la nueva version
El agua resbala por
las ajadas mangas de mi gabardina de ningún color. Repaso mi vida, mi historia,
mientras la tormenta se afana en borrar mi mirada del presente y dirigirla
hasta el pasado.
Hay muchas
historias sobre mí, algunas se remontan siglos atrás, todas parecidas, todas
contadas en el máximo secreto, contadas de oído a oído y sin atreverse a
mentarme apenas. Me han puesto muchos nombres, no me importa ninguno, pero si
necesitáis nombrarme, llamadme Comprador. Posiblemente no me hayas visto. Seguramente
nunca os habéis fijado en mí. Soy el tipo que está acurrucado a la sombra de la
barra de un bar, un hombre leyendo el periódico en un parque, un camarero de
una cafetería en la ultima esquina de Paris. Soy esa pequeña sombra en la
esquina de vuestra mirada, que desaparece al buscarla, pero que, en el fondo,
sigue ahí.
Soy tan viejo como
las montañas que azota el viento del este. A mi el viento también me busca,
revolotea entre mi gabardina y busca robarme algo de calor, pero yo no siento
frío ni calor, la lluvia no moja mi cuerpo, el cansancio…el cansancio es una
emoción que no puedo permitirme sentir.
Tengo una tarea que
cumplir, una tarea eterna, para perdonar un pecado que jamás llegué a conocer,
o quizás ya lo he olvidado, y por el que llevo pagando tantos años. Mi tarea es
comprar, pero no cualquier cosa, recorro tascas, locales de mala muerte,
palacios y hasta centros comerciales abarrotados, en busca de recuerdos,
historias, anécdotas, también esos susurros a media voz en una zona apartada,
el sonrojo de una joven ante su primer halago, una sonrisa, la caricia de un
amante, el abrazo de una madre…o las lagrimas de un desamor o una perdida…
Busco todo aquello que es intenso, un momento de brillante fugacidad, que
guardo para mí.
Cada noche, todas
las noches desde hace cientos de años, vuelvo a mi casa, un piso olvidado, sin
numero ni letra, en un edificio olvidado y quejumbroso de una calle que nadie
visita. Es lugar es especial, tan especial, que si lo buscarais jamás podríais
encontrarlo. Ahí guardo mis compras. Las guardo todas en esa pequeña cajita de
bordes que antaño fuesen dorados, con la tapa de cuero desgastada por el uso.
Esa pequeña cajita que es mi memoria, la parte más hermosa de ella. Allí
reposan: la sonrisa desdentada de un niño en el parque al ganar una canica, las
lagrimas derramadas por un desengaño, esa frase que se oye cuando todos se
callan.
Las guardo todas
ahí con mimo y cada vez que abro la caja salen y revolotean por el negruzco
techo del piso, de yeso desmenuzado por el paso de los años. Parecen
luciérnagas de miles de colores. Un derroche de calor, color y luz en un mundo gris y frío, que ha olvidado lo
que es la sencillez de la belleza. Luego vuelven todas obedientes a su caja,
suspirando y anhelando por su próxima salida y saludando a sus nuevas
compañeras con pequeños chispazos de luz que manchan la vieja alfombra del piso.
Yo me duermo,
abrazando la caja, como he hecho siempre, como seguiré haciendo hasta que pague
mi deuda y pueda convertirme en una de esas luciérnagas de colores,
mientras otra pobre y desgraciada alma
ocupa mi lugar para lavar su culpa. Pero eso no será hoy, probablemente tampoco
mañana.
Aún me queda mucho por comprar.
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