El comprador de historías

jueves, febrero 16, 2012 Laura.S-P 0 Comments

En realidad esta historia es vieja, pero después de leerla me di cuenta de que no le había sacado todo el jugo... asi que aqui está la nueva version



El agua resbala por las ajadas mangas de mi gabardina de ningún color. Repaso mi vida, mi historia, mientras la tormenta se afana en borrar mi mirada del presente y dirigirla hasta el pasado.
Hay muchas historias sobre mí, algunas se remontan siglos atrás, todas parecidas, todas contadas en el máximo secreto, contadas de oído a oído y sin atreverse a mentarme apenas. Me han puesto muchos nombres, no me importa ninguno, pero si necesitáis nombrarme, llamadme Comprador. Posiblemente no me hayas visto. Seguramente nunca os habéis fijado en mí. Soy el tipo que está acurrucado a la sombra de la barra de un bar, un hombre leyendo el periódico en un parque, un camarero de una cafetería en la ultima esquina de Paris. Soy esa pequeña sombra en la esquina de vuestra mirada, que desaparece al buscarla, pero que, en el fondo, sigue ahí.
Soy tan viejo como las montañas que azota el viento del este. A mi el viento también me busca, revolotea entre mi gabardina y busca robarme algo de calor, pero yo no siento frío ni calor, la lluvia no moja mi cuerpo, el cansancio…el cansancio es una emoción que no puedo permitirme sentir.
Tengo una tarea que cumplir, una tarea eterna, para perdonar un pecado que jamás llegué a conocer, o quizás ya lo he olvidado, y por el que llevo pagando tantos años. Mi tarea es comprar, pero no cualquier cosa, recorro tascas, locales de mala muerte, palacios y hasta centros comerciales abarrotados, en busca de recuerdos, historias, anécdotas, también esos susurros a media voz en una zona apartada, el sonrojo de una joven ante su primer halago, una sonrisa, la caricia de un amante, el abrazo de una madre…o las lagrimas de un desamor o una perdida… Busco todo aquello que es intenso, un momento de brillante fugacidad, que guardo para mí.
Cada noche, todas las noches desde hace cientos de años, vuelvo a mi casa, un piso olvidado, sin numero ni letra, en un edificio olvidado y quejumbroso de una calle que nadie visita. Es lugar es especial, tan especial, que si lo buscarais jamás podríais encontrarlo. Ahí guardo mis compras. Las guardo todas en esa pequeña cajita de bordes que antaño fuesen dorados, con la tapa de cuero desgastada por el uso. Esa pequeña cajita que es mi memoria, la parte más hermosa de ella. Allí reposan: la sonrisa desdentada de un niño en el parque al ganar una canica, las lagrimas derramadas por un desengaño, esa frase que se oye cuando todos se callan.
Las guardo todas ahí con mimo y cada vez que abro la caja salen y revolotean por el negruzco techo del piso, de yeso desmenuzado por el paso de los años. Parecen luciérnagas de miles de colores. Un derroche de calor, color y luz  en un mundo gris y frío, que ha olvidado lo que es la sencillez de la belleza. Luego vuelven todas obedientes a su caja, suspirando y anhelando por su próxima salida y saludando a sus nuevas compañeras con pequeños chispazos de luz que manchan la vieja alfombra del piso.
Yo me duermo, abrazando la caja, como he hecho siempre, como seguiré haciendo hasta que pague mi deuda y pueda convertirme en una de esas luciérnagas de colores, mientras  otra pobre y desgraciada alma ocupa mi lugar para lavar su culpa. Pero eso no será hoy, probablemente tampoco mañana. 
Aún me queda mucho por comprar.

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