Seda y escarcha

miércoles, septiembre 02, 2009 Laura.S-P 3 Comments

La historia que subi el otro día iba a ser un prologo de esta, pero al final se acabo alargando. Espero que os guste de todos modos^^

El frío invernal agitó las finas cortinillas del carruaje, haciendo que Iore se arrebujara aún más bajo sus mantas. Llevaban más de tres meses de viaje, y las últimas tres semanas lo único que podía contemplar a través de su ventanuco era un mar blanco. Llanuras y más llanuras blancas, como si las hubieran espolvoreado con vainilla, nada parecido a su país.

Iore había nacido en un país cálido, extremadamente cálido. Allí en invierno la gente se paseaba por las abarrotadas calles disfrutando de los mil aromas de la gran ciudad, y durante las agobiantes tardes de verano, se sentaban bajo sus tejadillos de esterillas a comer delicias de maicena y pistachos y beber té de manzana congelado. Aquella era la vida que Iore conocía. Los palacios de mármol, los suelos con mosaicos, las intrincadas celosías de las ventanas, las sedas suaves que flotaban sobre su piel…pero su padre había decidido enviarla a un lugar muy, muy lejano, donde según había oído de sus tutores, hacía frío todo el año y la tierra estaba cubierta por una sustancia blanca y fría llamada “nieve”. Toda su oposición había sido en vano y su padre la había enviado primero por mar y luego en carromatos hasta aquella tierra tan lejana, que todo el mundo llamaba “el Norte”.

Ninguna de las prendas de abrigo que había traído consigo eran capaces de mantenerla caliente. Aquel frío seco y afilado como un cuchillo, se colaba por todas las rendijas de su lujoso carromato, haciéndola tiritar y maldecir a su padre en susurros.
La famosa nieve tampoco le había parecido nada conveniente. Era fría y escurridiza, y si la mantenías demasiado tiempo entre los dedos, te quemaba como si fuera fuego. Además el paisaje eternamente cubierto de nieve le pareció tremendamente aburrido y soso.

Por fin, tras semanas de viaje agotador llegaron al castillo del Norte. Era una construcción de madera, tosca y fea. Estaba rodeada por una gran muralla de la que cuidaban osos gigantes de pieles grises. Iore se adentró en la fortaleza con el corazón encogido de miedo y desesperanza, pronto había de conocer a quien sería su futuro marido, y después se quedaría encerrada en aquella maldita fortaleza para siempre.

La sala del trono, era una sala enorme, de madera, cubierta con pieles grisáceas y sucias y olía terriblemente mal. Al fondo de la sana había un trono enorme de madera y metal sobre el que se sentaba un oso gris gigante como los que había visto vigilando en las atalayas. Un escalofrío le recorrió la espalda a Iore al contemplar a su futuro marido.

El gran oso se levanto y caminó con pasos elásticos y firmes hacia ella. Al acercarse, Iore dejó escapar un suspiro al darse cuenta de que su prometido no era el oso gris que ella había imaginado, sino que estaba cubierto con una enorme y maloliente piel de oso que le cubría casi por completo. Pero no se había equivocado en lo de gigante. Iore siempre había sido la más alta de sus hermanas, sin embargo aquel bárbaro le sacaba más de dos cabezas.

El gigante se agachó e Iore se encontró de repente sumergida en dos ojos glaucos, grisáceos y fríos. Nunca había visto unos ojos como aquellos, y desde luego nadie se había atrevido jamás a mirar tan directamente a la hija del Sultán, pero ella sostuvo la mirada terca y valiente, y el bárbaro sonrío y le plantó un beso.

Iore estaba roja de ira. Aquel bárbaro apestoso, que ni siquiera se había dignado a dirigirle unas palabras la había besado y luego se había marchado carcajeándose con una manada de guardianes-oso tan apestosos y groseros como él. Después un par de criadas delgaditas y calladas, la habían conducido hasta sus “aposentos”, una sala enorme también de madera, coronada por una inmensa chimenea que crepitaba. Una cama enorme cubierta de pieles de animales la acogió en su calidez.

No sabía cuánto tiempo llevaba dormida, pero cuando despertó él ya estaba allí. Estaba sentado al borde de su cama, observándola con aquellos ojos helados y paseando los dedos por el pelo negro de Iore. Se levantó de un golpe, pero él ni siquiera se movió y siguió mirándola en silencio. Ya no llevaba las pieles puestas, y ahora una mata de pelo rubio, casi blanco le caía trenzado por la espalda desnuda. Iore había visto muchos torsos desnudos, de esclavos y sirvientes, pero ninguno como aquel. La piel era pálida, blanca como la nieve, tatuada de sin fin de monstruos y antiguas cicatrices. Los brazos eran anchos y musculosos, y las manos grandes y fuertes. Sin mediar palabra alguna se acercó a ella y cogió su rostro con una de sus manos ásperas. Iore estaba paralizada y cuando él la besó de nuevo más cálidamente, se dejó llevar un momento. Sin embargo la confusión sólo le duró un instante. Después se desembarazó del bárbaro que la miraba divertido y la perseguía allí donde fuera.

Iore salió corriendo por los pasillos fríos del castillo, buscando la salida. Los guardianes-oso salían a su paso, intentando detenerla, llamándola una y otra vez “hija del Sol”. Al fin consiguió salir de aquel castillo endiablado y maloliente, pero el frío del Norte la atrapó entre sus gélidos dedos.
Andaba renqueante sobre la nieve. La repentina tempestad la había atrapado en su alocada huída del palacio. Estaba sola y medio muerta de frío. Los pliegues de su capa roja de seda estaban cubiertos por finos cristalitos de hielo. Aún en aquellas terribles circunstancias Iore no podía dejar de admirar lo bello que era. Fue lo último que vio, sintió y pensó antes de caer desplomada sobre el frío suelo invernal.

Las voces sonaban en todas partes, y el calor era asfixiante, casi tanto como en las tardes de verano en su tierra. No podía abrir los ojos, hacía demasiado calor, estaba demasiado cansada. El cuerpo le dolía como si hubiera estado días de viaje y cada roce de las sabanas era como una quemazón en su piel. Pero unas manos no la soltaban, no la dejaban hundirse en aquella calidez oscura. La acariciaban y susurraban su nombre mientras le ponían frescor en la frente. Eran un oasis de aguas heladas y amables en medio de un infierno de calor.

Sus ojos se abrieron lentamente, como si hubiera estado mucho tiempo durmiendo. Al principio no sabía dónde estaba, pero pronto el sonido del crepitar del fuego y el tacto suave de las pieles le recordó donde estaba. Se levantó pesadamente, tenía el cuerpo entumecido de la fiebre y el pelo pegado a la frente por el sudor. Al ponerse en pie se sintió débil y estuvo a punto de caer, pero unas manos fuertes la atraparon y la ayudaron a volver a la cama.

El señor bárbaro estaba allí, cubierto con sus pieles de oso y llevándola a la cama como a una niña. La tumbó, la arropó y le paso una mano fría y áspera por la frente. Parecía preocupado, estaba preocupado por ella. Ahora eran los ojos de ella los que no podían despegarse de él. Había sido él quien la había traído de vuelta y el que la había estado cuidando mientras tenía fiebre. Iore se sintió terriblemente culpable y agradecida:

- Gracias- dijo apenas en un susurro. El bárbaro la miro y luego posó un beso fresco en su frente
- Eres bienvenida Hija del Sol – respondió el bárbaro en la lengua de Iore sobresaltándola
- ¿Hablas mi lengua?- era la primera vez que le oía hablar
- Por supuesto Hija del Sol, llevo toda mi vida esperando tu llegada – dijo mientras hundía sus dedos en el pelo azabache de ella
- Pero…yo no te conocía, no sabía de tu existencia-
- No en esta vida Hija del Sol – dijo sonriéndola cálidamente – pero hace muchos años, tú fuiste el Sol y yo el Hielo, fuimos hermanos y amantes – dijo con suavidad mientras ella le observaba fascinada- pero el Gran Señor, celoso de tu belleza, te arrastró lejos, a las ardientes tierras del Verano, lejos de mi – cogió su cara entre sus manos- pero ahora estás aquí para hacer que mi hielo brille de nuevo bajo mi luz- sonrió y la besó nuevamente- bienvenida Hija del Sol-
- Me llamo Iore – dijo en un susurro
- Yo soy Darek, Hijo del Hielo-
- Es un nombre precioso…-
- En nuestra lengua significa “escarcha”-

Iore recordó su capa en el frío, los cristales de hielo, las escarcha cubriendo la seda escarlata y luego clavó sus ojos aceituna en los ojos del hombre, del mismo color frío, con el mismo brillo traslucido y se dejó atrapar por él, por su frío sus pieles y su misterio. Y por una vez pensó, que quizás, el reino del Norte, era hermoso.

FIN

3 comentarios:

  1. Es una historia preciosa, no me esperaba un final tan bonito. Me ha encantado, echaba de menos tus historias =)
    Besos

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  2. Hola!
    Veo que has cambiado la apariencia del blog, está mucho más alegre, me gusta más.
    La historia es preciosa, como todos tus pequeños relatos.
    Cada vez escribes mejor.
    Un beso,

    Lisa.

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  3. Impactante, impresionante, precioso. Me ha encantado la verdad... Estan bonito, sobre todo lo que dice él... me han encantado las dos historias tanto el "prologo" como está. Ya se te echaba de menos...

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Los comentarios me animan mucho a seguir escribiendo, asi que, si os gusta, comentad^^