Nieve

lunes, noviembre 30, 2009 Laura.S-P 2 Comments


En cuanto abro los ojos siento la nieve. Está ahí fuera, más allá del cristal empañado de mi ventana. El frio ha congelado las lágrimas del tejado, adornando el quicio de mi ventana con un centenar de pequeños carámbanos. Me arrebujo bajo la colcha, escondiendo bien las manos bajo la barbilla para escapar del frío que reina en la habitación.
La casa está en silencio, nadie ha despertado aún. No se oye el trajín de las tazas, ni los pies enguantados en calcetines corriendo por el pasillo. A esta hora tan temprana la luz, fría y pálida, se cuela por los resquicios de la cortina sin que nadie la moleste.
No sé que me impulsa a salir de la cama, a abandonar el refugio cálido de las sabanas y a moverme como un espectro silencioso hasta la puerta, que para mi alegría se abre sin emitir ni el más leve de los chasquidos.
Fuera el paisaje es tan bello como abrumador. El mismo manto níveo que cubre el suelo, cubre también el cielo con un blanco impoluto, que me hace pensar que por una vez cielo y tierra son solo uno. El parquecito de los niños que hay frente a la casa está cubierto por la nieve, también el banco donde los mayores se sientan en verano, a disfrutar del calor.
Sin saber porque ahora, las lagrimas se deslizan una vez más por mis ojos, como lo hicieron anoche y antes de anoche, sin razón aparente, pero con el dolor clavándose hasta lo más hondo de mi pecho. Las lagrimas comienzan a caer, cálidas y saladas, al principio lentas y escasas y luego como un torrente. Lloro en silencio, abrazando mis brazos con mis manos y dejando que los insonoros sollozos se escapen de mis labios en forma de pequeñas nubes de vaho.
De pronto, ocurre lo inesperado. Algo fino, suave y ligero se me posa en la nariz y para las lágrimas. Es algo frío que me enrojece la nariz y me hacen estornudar. Al alzar la vista veo como el cielo blanco plomizo se está deshaciendo en pequeños copos que caen sobre mí, enganchándose en mi pelo y en mi ropa. Y la alegría llega.
Empiezo a dar vueltas como si fuera una peonza bajo la nieve, dejo que se derrita contra mi piel y moje mi ropa. Es como una caricia suave y limpia que me hace sonreír sin poder evitarlo, como si fuera una niña. Grito, salto y corro yo sola en la nieve, como si de pronto me hubiera vuelto loca, pero es que la sensación que tengo en el pecho pugna por salir y si se queda dentro creo que explotaré…
Acabo tumbada sobre la nieve, haciendo ángeles con las piernas y los brazos, dejando mi huella en la nieve, sonriente y exhausta.
Y es ahí donde me encuentras, con las mejillas ardientes por el ejercicio, una sonrisa enorme y lagrimas de pura alegría en los ojos. Te acercas a mí y te tumbas a mi lado. Giro la cabeza para mirarte y te sonrío. Tú sabes lo que significa esa sonrisa, porque la conoces desde siempre, porque siempre has estado ahí. Tú, mi amiga, que has salido a la calle en pijama para venir a tumbarte a mi lado, sabes que ya no habrá más lagrimas, que el dolor se ha ido, que se lo llevó la nieve, que sigue cayendo sobre nosotras, que seguimos sonriendo.

2 comentarios:

  1. La nieve también me hace sonreír, aunque en Sevilla no nieve nunca...
    ¿Te he dicho ya que adoro como escribes? :)

    ResponderEliminar
  2. Me encantan la nieve y el invierno, siempre me prometen que después llegará la primavera :)
    Me ha encantado el relato.
    Besos.

    ResponderEliminar

Los comentarios me animan mucho a seguir escribiendo, asi que, si os gusta, comentad^^