El latir de un corazón de piedra
Los adoquines negros relucían
bajo la lluvia. Las fachadas, de mil y un cálidos colores, eran las únicas testigos
de sus pasos. La ciudad eterna yacía silenciosa esa noche de tormenta y niebla.
Una figura caminaba silenciosa por el filo de la media noche. Su rostro, casi
oculto por las sombras de sus negras prendas, dejaba aún entrever una juventud
casi pueril. Sus pasos amortiguados apenas eran un murmullo, que junto a la
monótona lluvia, arrullaban el sueño de los yacentes.
Atravesó las calles, llenas de pasado e historia. Cruzó
velozmente la plaza, donde contempló la estatua de los ríos, siempre hermosos,
siempre burlones. Le pareció atisbar un movimiento, cerca del rabillo del ojo,
y aceleró sus pasos. La hora estaba cerca y las sombras empezaban ya a moverse.
Las calles, antes llenas de luz de lluvia, se iban volviendo más siniestras y
oscuras a cada paso. La figura embozada aceleró el paso. Notaba como el aire
quemaba y helaba su pecho por el esfuerzo y el miedo, mientras sus pies,
siguiendo un sentimiento más grande, empezaban una feroz carrera sobre los
resbaladizos adoquines.
Podía ya sentir las sombras, la
viscosa oscuridad pegándose a su
espalda, reptando en busca del calor de su corazón, cuando el húmedo frío del
río le avisó de que había llegado a su destino.
Las sombras retrocedieron un
instante ante aquel puente iluminado por la luz de la luna. Pero sólo un
instante. La figura no se detuvo, se adentró en el puente, con el corazón lleno
de miedo y esperanza. Su mente se serenó en cuanto sus pies rozaron el blanco mármol
del puente, los pensamientos dejaron su veloz latir para concentrarse en la
belleza del momento. Alzó la vista hacía las figuras que guardaban el puente,
blanco mármol iluminado por la luz de la luna, que parecía sólo iluminar el
puente, manteniéndolo más allá de la tormenta.
Aguardó en silencio, pidiendo
interiormente perdón y misericordia, pero el momento parecía no llegar. Se
mantuvo firme incluso cuando las sombras comenzaron a engullir su forma. Sintió
miedo…luego el valor del perdido, que planta cara en una ultima batalla que
sabe que no puede ganar.
Hubo un movimiento, seguido del
sonido de un aleteo suave, cuando una de las figuras descendió de su pedestal
bañada en luz. Las sombras se alejaron, y el rostro esculpido en piedra hizo
que la figura se estremeciese. Otros ángeles fueron bajando de sus pedestales y
se situaron alrededor del visitante que ahora se estremecía y sollozaba.
El puente vibró hasta sus cimientos
cuando una figura descendió de las alturas para posarse en él. El gigantesco ángel
de bronce, guardián de la fortaleza, se acercaba lentamente a la figura que
temerosa rehuía incluso mirarle. El ángel observó con rostro impenetrable a la
figura sollozante. Con un batir de sus alas levantó un vendaval que desembozó a
la figura. La melena, de un color dorado como el mismo Sol, cayó rizada y suave
por los hombros, el rostro se alzó iluminando así una piel blanca como la
porcelana y unos ojos, verdes y vidriosos a causa de las lagrimas, tan jóvenes como
el futuro y tan antiguos como el mundo.
Hubo un momento en el que todo
estuvo en silencio, ni ángeles ni sombras se atrevieron a decir nada ante la
brillante criatura que ahora aparecía ante ellos. Las sombras fueron las
primeras en reaccionar, susurrando, sibilinas y reptilianas, ante la deliciosa
presa que acababa de aparecer ante sus ojos y pugnaban ya por penetrar el albo
círculo que los ángeles habían formado a su alrededor. Su ansía y su voracidad
eran tales que robaron el brillo a la propia luna y se colaron en el círculo.
Los ángeles de piedra
permanecieron impasibles mientras las sombras reptaban hacia la dorada figura.
La joven, volviendo a notar el frío grito del dolor en su pecho, suplicó:
- Por favor, por favor… perdóname – Sintió como
una sombra se enroscaba alrededor de su tobillo, el frío que siguió al mordisco
de la oscuridad nubló su rostro – por favor… -
- - Tu te marchaste – la voz metálica y sin sentimiento
del ángel resonó por todo el puente – Tu nos abandonaste –
- - Sabes por qué lo hice – sus miradas se cruzaron
y el corazón de ella se aceleró – sólo quería saber cómo era… - un nuevo
mordisco y su voz salió ahogada a través de sus azulados labios – tener un
corazón…-
Hubo oscuridad y luego…
luz.
Las alas se abrieron a su espalda,
brillantes durante un parpadeo y luego blanco mármol. Las sombras se alejaron,
siseando temerosas ante el nuevo ser que acababa de renacer ante sus ojos. El
joven ángel sacudió sus alas encantado por un momento y después hizo una
profunda reverencia ante el ángel de bronce que por un momento pareció sonreír.
-
Tu vuelta me alegra, Gabriel – fueron sus únicas
palabras antes de que sus miradas se cruzaran un segundo antes de que
emprendiera el vuelo, y en el pecho de Gabriel, un aleteo arrancó una sonrisa
de sus labios.
Dicen los que han vivido en Roma
siempre que una vez uno de los ángeles del puente de Sant’Angelo desapareció y
permaneció perdido durante más de 50 años, para volver a aparecer una noche de
tormenta como si no hubiera pasado. Hay muchas leyendas sobre lo que pudo pasar
con el ángel, pero la favorita de los romanos, como buenos románticos, es que
el ángel del puente se marchó por que estaba enamorado y que fue a buscar un
corazón para amar y que cuando lo encontró volvió al puente. La leyenda también
dice, que si te acercas mucho a ese ángel, puedes oír su rumor de latidos de
piedra, y entonces verás que sus ojos siempre miran al gran ángel que cuida la
fortaleza…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe gustan mucho varias frases del relato, me parecen detalles muy bonitos y de calidad. Por ejemplo lo de las calles llenas de luz lluvia o lo de que las sombras roban el brillo o la luz de la luna para atravesar el círculo de los ángeles.
ResponderEliminarEl último párrafo que dices que es ñoño se te perdona XD que es 13 y víspera de fecha considerada románticona XD