Medianoche entre extraños

viernes, marzo 02, 2012 Laura.S-P 1 Comments

La vieja taza de café roja descansa humeante sobre la mesa, empañando lánguidamente la ventana. Es una noche tranquila. Los coches, compañeros de mis noches de insomnio, se han alejado también esta noche, huyendo de la negra polución que cubre toda la urbe. Sólo quedamos las hastiadas luces de las farolas y yo mismo. Es una noche tranquila, o al menos lo era…

Comienzan a golpear la puerta con fuerza. Lo ignoro, pensando que quizás algún molesto vecino trasnochador olvidó las llaves. Silencio unos segundos y luego vuelven a insistir, con más fuerza. Refunfuñando abandono mi cómodo sofá para ir a atender la puerta.
Algo, más bien alguien, se cuela en mi piso. Es una figura pequeñas. Quizás un niña. No, es una joven, que balbucea nerviosa y tiembla como una hoja, mientras sus manos dibujan aspavientos aquí y allá, dentro de una sudadera gris gastada que es demasiado grande para ella. No consigo entenderla, sé que las palabras salen de su boca, palabras conocidas en idiomas conocidos, pero yo sólo oigo una amalgama de sonidos sin sentido. Parece alterada, pero no sé cómo calmarla, la lengua se ha hecho un nudo dentro de mi boca y no acierta a desenredarse. Sigue hablándome, cada vez más alterada, pero mis labios permanecen mudos contra mi voluntad. Lo único que soy capaz de hacer es ofrecerle una taza de café caliente y mi sonrisa más tímida. Sus ojos parpadean confundidos, cuando pongo la taza en sus manos, pero pronto su verde profundo se empaña por el vaho de la taza y el agradecimiento.
Ha pasado más de una hora y sigue aquí. Hace rato ya que dejó de intentar hablar conmigo y ahora, observa la calle desde el alfeizar de mi ventana. Su rostro lo iluminan los neones del club de la esquina, llenando su gesto de preocupación de colores brillantes y antinaturales. Su cuerpo está aquí, pero en su mirada se ve que su mente está mirando mucho más allá de la ventana, de la calle y quizás de la ciudad. Sus ojos, ahora salpicados de violeta y rosa, parecen conocer la ventana a otro mundo. Yo, cobarde de mí, sólo puedo deleitarme en cómo la ciudad tiñe con colores irreales esa mirada tan melancólica. Suspira y es un suspiro lento, profundo, de los que vienen del centro del alma, intentando liberar un gran pesar, y mancha con su tristeza el cristal de mi ventana.
¿Quién es ella?
¿Qué hace aquí?
¿Es peligrosa?
No puedo evitar cuestionarme a mí mismo sobre esta misteriosa invitada que he dejado entrar en mi casa, pero una parte de mí, una gran parte de mí mismo, no desea dejar de admirar la curva de su cuello, níveo, que se atisba ente los mechones distraídos de su melena y el ancho cuello de su sudadera. Ella es lo más hermoso que haya visto jamás.
Noto su cansancio, sus parpadeos son cada vez más lentos, más pesados y ha comenzado a apoyarse contra la ventana, pero también sé que no quiere marcharse… y yo tampoco quiero que se marche.
Con el silencio que tristemente caracteriza todas mis acciones, le entrego unas mantas y una almohada, bastante mullida por todo el polvo que acumula.

Sus ojos titilan de nuevo al son de las luces de neón. Noto primero confusión, seguida de un chispazo de recelo que desaparece bajo una profunda bruma de agradecimiento.
Me retiro a mi habitación, en busca del habitual consuelo de la soledad, pero esta noche extraña la cama me acoge pero no me atrapa. Mis pensamientos están más allá de la fina pared, en el sofá de tela desgastado donde es posible que ella se esté acurrucando, impregnando el mueble y la ropa de cama de su esencia.
Ya que mis pensamientos me apartan del sueño, busco distracción en la abultada geografía de mi techo, pero incluso allí, colándose por algún resquicio en la persiana, están las luces brillantes del cartel y vuelven a mi mente las cambiantes mareas de sus iris.
La puerta se abre y en mi cama se cuela un hada. Ya se ha desprendido de su gris sudadera-crisálida y ahora se presenta a mi hermosa y semi desnuda como una mariposa. Su cabeza desciende mientras sus ojos se enredan con los míos, su pelo corto y desigual cosquillea mis mejillas cuando nos besamos. Le hago un hueco a mi lado y seguimos besándonos y explorándonos. Es una noche demasiado fría, demasiado incierta, para pasarla solos y parece que hemos encontrado nuestro calor el uno en el otro.
El amanecer aun no ha llegado. Es la hora más oscura antes del alba. Mi cuerpo se siente liviano sobre la cama revuelta. Sobre mi hombro descansa ella que respira tranquila pero al igual que yo, sé que no duerme. Algo extraño sucede, una vibración… un sonido… Me vuelvo hacia ella, que en esta habitación oscura y antes triste donde hicimos el amor como desconocidos, que canta para mí. Es una melodía muy triste, sin letra. Es la primera vez que escucho cantar desde que las palabras huyeron de mí.
Han pasado meses desde que las palabras se convirtieron en ruido en mis oídos. Al principio no entendía, luego dejé de hablar y poco a poco me fui aislando, lleno de odio hacia los demás y hacia mi mismo, por haber olvidado algo como eso, por haber perdido el vínculo fundamental con mi mundo.
Los ríos salados corren por mis mejillas y mi cuello hasta llegar a ella, que me abraza y sigue tarareando en mi oído. Ella me acuna, me cuida y me arrulla hasta que me duermo.
La mañana ha llegado. Me siento más ligero al despertar, pero tan solo como cualquier otro día. La cama está revuelta, huele a pasión y tristeza. Me incorporo presto y voy hacia el salón. Vacío también. Sobre el sofá, primorosamente doblada hay una sudadera, gris y ajada. La tomo entre mis manos, con cuidado, esperando que no se deshaga como polvo, como un sueño. No, es real, ella existió, estuvo aquí. Fue real. La gratitud me invade.
Nunca sabré cual era el peligro que la acechaba aquella noche y que la empujó a buscar cobijo en mí… y acabé encontrando refugio yo en ella. Quizás algún día la volveré a ve, aún guardo la esperanza,  si no, siempre sabré que compartimos algo hermoso, perfecto y único, y que quizás durante algunas horas, fuimos uno… y eso es suficiente para mí.

Espero que hayas disfrutado de esta entrada número 100 y a los que me seguís habitualmente, y sobre todo a los que comentáis, quería agradeceros vuestro apoyo todo este tiempo, me animáis mucho a seguir escribiendo!. Un saludo

1 comentario:

  1. ¿Es un viejo verde? Porque a mí me suena a viejo verde. En serio, he tenido reminiscencias de Lolita por un momento.
    Que sepas que no tengo demasiadas quejas de este relato, salvo que es algo fantástico y parece que en la fantasía se tiende a adornar bastante con florituras. A mí personalmente me gusta más un estilo y directo y sencillo, pero la forma que tienes de escribir le va que ni pintado a tus historias, así que no sé si es una queja realmente o solo me estoy metiendo contigo por meterme contigo.
    ¿Qué te parece esto como comentario en tu entrada número 100? Yo diría que es bastante apropiado expresar una sutil admiración ante el hecho de que seas capaz de pensar historias, empezarlas, terminarlas y publicarlas. Aunque no sé si eso último es inteligente, porque luego aquí estoy yo para meterme contigo.
    Y con ese último pensamiento, me retiro.

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Los comentarios me animan mucho a seguir escribiendo, asi que, si os gusta, comentad^^