Medianoche entre extraños
La vieja taza de café roja descansa humeante sobre la mesa, empañando lánguidamente la ventana. Es una noche tranquila. Los coches, compañeros de mis noches de insomnio, se han alejado también esta noche, huyendo de la negra polución que cubre toda la urbe. Sólo quedamos las hastiadas luces de las farolas y yo mismo. Es una noche tranquila, o al menos lo era…
Comienzan a golpear la puerta con
fuerza. Lo ignoro, pensando que quizás algún molesto vecino trasnochador olvidó
las llaves. Silencio unos segundos y luego vuelven a insistir, con más fuerza.
Refunfuñando abandono mi cómodo sofá para ir a atender la puerta.
Algo, más bien alguien, se cuela
en mi piso. Es una figura pequeñas. Quizás un niña. No, es una joven, que
balbucea nerviosa y tiembla como una hoja, mientras sus manos dibujan
aspavientos aquí y allá, dentro de una sudadera gris gastada que es demasiado
grande para ella. No consigo entenderla, sé que las palabras salen de su boca,
palabras conocidas en idiomas conocidos, pero yo sólo oigo una amalgama de
sonidos sin sentido. Parece alterada, pero no sé cómo calmarla, la lengua se ha
hecho un nudo dentro de mi boca y no acierta a desenredarse. Sigue hablándome,
cada vez más alterada, pero mis labios permanecen mudos contra mi voluntad. Lo único
que soy capaz de hacer es ofrecerle una taza de café caliente y mi sonrisa más tímida.
Sus ojos parpadean confundidos, cuando pongo la taza en sus manos, pero pronto
su verde profundo se empaña por el vaho de la taza y el agradecimiento.
Ha pasado más de una hora y sigue
aquí. Hace rato ya que dejó de intentar hablar conmigo y ahora, observa la
calle desde el alfeizar de mi ventana. Su rostro lo iluminan los neones del
club de la esquina, llenando su gesto de preocupación de colores brillantes y
antinaturales. Su cuerpo está aquí, pero en su mirada se ve que su mente está
mirando mucho más allá de la ventana, de la calle y quizás de la ciudad. Sus
ojos, ahora salpicados de violeta y rosa, parecen conocer la ventana a otro
mundo. Yo, cobarde de mí, sólo puedo deleitarme en cómo la ciudad tiñe con
colores irreales esa mirada tan melancólica. Suspira y es un suspiro lento,
profundo, de los que vienen del centro del alma, intentando liberar un gran
pesar, y mancha con su tristeza el cristal de mi ventana.
¿Quién es ella?
¿Qué hace aquí?
¿Es peligrosa?
No puedo evitar cuestionarme a mí
mismo sobre esta misteriosa invitada que he dejado entrar en mi casa, pero una
parte de mí, una gran parte de mí mismo, no desea dejar de admirar la curva de
su cuello, níveo, que se atisba ente los mechones distraídos de su melena y el
ancho cuello de su sudadera. Ella es lo más hermoso que haya visto jamás.
Noto su cansancio, sus parpadeos
son cada vez más lentos, más pesados y ha comenzado a apoyarse contra la
ventana, pero también sé que no quiere marcharse… y yo tampoco quiero que se
marche.
Con el silencio que tristemente
caracteriza todas mis acciones, le entrego unas mantas y una almohada, bastante
mullida por todo el polvo que acumula.
Sus ojos titilan de nuevo al son
de las luces de neón. Noto primero confusión, seguida de un chispazo de recelo
que desaparece bajo una profunda bruma de agradecimiento.
Me retiro a mi habitación, en
busca del habitual consuelo de la soledad, pero esta noche extraña la cama me
acoge pero no me atrapa. Mis pensamientos están más allá de la fina pared, en
el sofá de tela desgastado donde es posible que ella se esté acurrucando,
impregnando el mueble y la ropa de cama de su esencia.
Ya que mis pensamientos me
apartan del sueño, busco distracción en la abultada geografía de mi techo, pero
incluso allí, colándose por algún resquicio en la persiana, están las luces
brillantes del cartel y vuelven a mi mente las cambiantes mareas de sus iris.
La puerta se abre y en mi cama se
cuela un hada. Ya se ha desprendido de su gris sudadera-crisálida y ahora se
presenta a mi hermosa y semi desnuda como una mariposa. Su cabeza desciende
mientras sus ojos se enredan con los míos, su pelo corto y desigual cosquillea
mis mejillas cuando nos besamos. Le hago un hueco a mi lado y seguimos
besándonos y explorándonos. Es una noche demasiado fría, demasiado incierta,
para pasarla solos y parece que hemos encontrado nuestro calor el uno en el
otro.
El amanecer aun no ha llegado. Es
la hora más oscura antes del alba. Mi cuerpo se siente liviano sobre la cama
revuelta. Sobre mi hombro descansa ella que respira tranquila pero al igual que
yo, sé que no duerme. Algo extraño sucede, una vibración… un sonido… Me vuelvo
hacia ella, que en esta habitación oscura y antes triste donde hicimos el amor
como desconocidos, que canta para mí. Es una melodía muy triste, sin letra. Es
la primera vez que escucho cantar desde que las palabras huyeron de mí.
Han pasado meses desde que las
palabras se convirtieron en ruido en mis oídos. Al principio no entendía, luego
dejé de hablar y poco a poco me fui aislando, lleno de odio hacia los demás y
hacia mi mismo, por haber olvidado algo como eso, por haber perdido el vínculo
fundamental con mi mundo.
Los ríos salados corren por mis
mejillas y mi cuello hasta llegar a ella, que me abraza y sigue tarareando en
mi oído. Ella me acuna, me cuida y me arrulla hasta que me duermo.
La mañana ha llegado. Me siento
más ligero al despertar, pero tan solo como cualquier otro día. La cama está revuelta,
huele a pasión y tristeza. Me incorporo presto y voy hacia el salón. Vacío
también. Sobre el sofá, primorosamente doblada hay una sudadera, gris y ajada.
La tomo entre mis manos, con cuidado, esperando que no se deshaga como polvo,
como un sueño. No, es real, ella existió, estuvo aquí. Fue real. La gratitud me
invade.
Nunca sabré cual era el peligro
que la acechaba aquella noche y que la empujó a buscar cobijo en mí… y acabé
encontrando refugio yo en ella. Quizás algún día la volveré a ve, aún guardo la
esperanza, si no, siempre sabré que
compartimos algo hermoso, perfecto y único, y que quizás durante algunas horas,
fuimos uno… y eso es suficiente para mí.
Espero que hayas disfrutado de esta entrada número 100 y a los que me seguís habitualmente, y sobre todo a los que comentáis, quería agradeceros vuestro apoyo todo este tiempo, me animáis mucho a seguir escribiendo!. Un saludo
¿Es un viejo verde? Porque a mí me suena a viejo verde. En serio, he tenido reminiscencias de Lolita por un momento.
ResponderEliminarQue sepas que no tengo demasiadas quejas de este relato, salvo que es algo fantástico y parece que en la fantasía se tiende a adornar bastante con florituras. A mí personalmente me gusta más un estilo y directo y sencillo, pero la forma que tienes de escribir le va que ni pintado a tus historias, así que no sé si es una queja realmente o solo me estoy metiendo contigo por meterme contigo.
¿Qué te parece esto como comentario en tu entrada número 100? Yo diría que es bastante apropiado expresar una sutil admiración ante el hecho de que seas capaz de pensar historias, empezarlas, terminarlas y publicarlas. Aunque no sé si eso último es inteligente, porque luego aquí estoy yo para meterme contigo.
Y con ese último pensamiento, me retiro.